¿Bienvenido, Mr. Marshall?
El comentario de hoy debería estar dedicado a los luctuosos sucesos habidos la semana pasada en nuestra Cataluña, pero dado que estoy que echo chispas con el tema, quizá sea mejor aplazarlo, como otros asuntos relacionados con el terrorismo y esperar no sólo a que el dolor se pase, sino también los inevitables brotes de xenofobia, racismo y agresividad. Los mismos que estoy seguro infinidad de personas experimentan aunque su sentido de lo políticamente correcto -y un poco de miedo, por qué no decirlo- no les permita manifestarlo en toda su intensidad.
A cambio, voy a hablar un poco de los verdaderos culpables de este y otros terribles sucesos generados por el terrorismo internacional. Ellos no son otros que los norteamericanos. Sí, porque si os fijáis bien en las declaraciones surgidas en los medios tras el infausto acontecimiento, curiosamente veremos surgir muchas más críticas hacia USA, su capitalismo, su industria armamentística y sus tejemanejes políticos que contra los propios asesinos.
Cosa que no sucedió -pese a todas las chorradas conspiranoicas- cuando los norteamericanos sufrieron en propia carne la destrucción de las Torres Gemelas aquél infausto 11 de septiembre de 2001. Las muestras de unión, solidaridad y sentido comunitario de aquel Nueva York que, como en otros atentados sucedidos en el mundo, también fuimos todos nosotros, no le restó energía a un pueblo que proyectó su venganza justiciera hacia el verdadero artífice del dolor: aquél maldito Bin Laden que, años después vio reducida su poderosa imagen de líder revolucionario a muñeco roto por la eficaz intervención de los Seal.
No puedo evitarlo. Envidio profundamente el patriotismo del americano medio. No importa en qué país hayan nacido o de dónde provengan, ellos sí que han logrado integrar con efectividad en un modelo de nación a los millones de inmigrantes que durante decenios acudieron en busca del Sueño Americano. A la vista está que en Europa no hemos logrado el mismo objetivo.
Y han sabido cuidarse a sí mismos, pero también a nosotros; difícilmente podríamos olvidar que, nos guste o no, fueron ellos quienes nos salvaron de las divisiones Panzer de los nazis, ni tampoco a los 450.000 soldados americanos que durante años protegieron a Europa durante la Guerra Fría. Hoy reducidos a 67.000 efectivos, preguntan a los europeos por qué no dedican más dinero y energías a su propia autoprotección. Están un poco hartos de enviarnos montañas de dólares como hicieron durante el Plan Marshall (más de 13.000 millones de dólares de entonces) generando el período de mayor crecimiento en este Continente, mientras los aristocráticos europeos lo pagamos mirando con cierto irónico menosprecio a esos pobres casi indios que tan corto rastro (¡pero potente!) han dejado en la historia.
Tipos cojonudos. Representando como representan para el mundo entero la quintaesencia del peor capitalismo, es penoso observar como sus mayores críticos -la mayoría de los pueblos latinoamericanos- mantienen hacia ellos una relación de admiración-odio de la cual, como dice un comentarista político “resulta esa imagen tan palurda de ver a un grupo de jóvenes indígenas de México o Lima vestidos como raperos de Harlem, reuniéndose en Kentucky Fried Chicken y viendo películas de Transformers”. Amor disimulado y diluido en la envidia hacia el país más poderoso de la Tierra que impulsa a miles de americanos del sur a huir de aquellos países donde coquetean con el “nuevo socialismo” para conseguir como sea la ansiada Green Card.
¿Qué han cometido muchos desafueros con relación a otros países? Sin duda. Pero estoy convencido de que son un pueblo de gente buena, honrada y trabajadora. Han sufrido a políticos que no eran para nada modelos de buen comportamiento, pero han sabido librarse de ellos. Su democracia es de lo mejor que se puede encontrar. Y hasta quienes se han quedado ojipláticos ante las salidas de tono del actual ocupante de la Casa Blanca, saben que, si se pasa de la raya y llega a ser necesario que se deshagan de él, lo harán sin despeinarse. Por suerte para ellos, el presidente de los EEUU nunca tendrá el suficiente poder para convertirse en un dictador. Y eso es más de lo que muchos países pueden presumir.
Hasta les podemos perdonar que la caravana americana no se detuviera en Villar del Río. Al fin y al cabo, España no estaba incluida en el Plan Marshall.