Maldito sea quien maltrata a un niño
Según nos informaba recientemente el diario ABC en su sección de Internacional, “Dos hombres han sido acusados de violar a una niña de 10 meses de edad, después de ser extraditados a Nueva Gales del Sur (Australia). La policía alega que los hombres, ambos de 50 años, cometieron y grabaron su abuso en abril de 2015”
Me cuesta mucho, muchísimo, ser capaz de comentar este tipo de noticias sin que me ahoguen la pena, la ira y la impotencia. Criminales resultan todas las violaciones (incluso las que se producen en las cárceles entre hombres), pero resultan tanto o más espantosas cuanto más jóvenes e indefensas sean las víctimas. Y si lo son cuando se cometen sobre mujeres jóvenes, el hecho de que en esta ocasión la violada sea una criaturita que ni siquiera tiene un año de edad resulta repugnante, abominable, monstruoso y cualquier otro adjetivo que se nos pase por la cabeza.
Ya sabemos que la justicia no debe ser vengativa, pero por muy ecuánimes que seamos, si somos de verdad sinceros -y con mayor razón si hemos tenido hijos o nietos- es casi imposible no dejarse llevar por el velo rojo de cólera que se nos atraviesa el alma, y pedir que semejantes personas (?) sean entregadas a la multitud y linchadas sin piedad, o ahorcadas, o arrojadas a las pirañas o, siendo benévolos, ejecutados con algún tipo de pena más rápida como la horca o la guillotina. Y pese a lo que digan los más expertos psicólogos, se nos hace muy cuesta arriba creer que tales entes puedan ser tratados y/o rehabilitados para su posible reinserción en la sociedad.
Los niños son usados y maltratados en muchos países del mundo. Por ejemplo, hablando de los niños-soldados, la Wiki nos dice que “Según Amnistía Internacional, una cantidad estimada de 300.000 menores de edad están participando actualmente en conflictos armados en más de 30 países, en casi cada continente. Aunque la mayoría de los niños soldado son adolescentes, los hay desde siete años de edad.” Decir que la vida de estos chavales es peligrosa es un eufemismo que apenas describe su miserable -y muchas veces corta- existencia.
Igualmente en muchas naciones del mundo, los niños (usaremos el masculino para representar indistintamente a niños y niñas) son usados (me resisto a utilizar el término “empleados”) ilegalmente como fuerza de trabajo. Según UNICEF, “se calcula que en todo el mundo hay 158 millones de niños de entre 5 y 14 años que trabajan, lo que equivale a 1 de cada 6 niños, muchos de ellos en situaciones peligrosas. De ellos, en África subsahariana trabajan 69 millones de menores de edad, y en Asia meridional hay otros 44 millones de niños que trabajan.” No tenemos espacio para describir en qué ínfimas condiciones laborales trabajan esas criaturas y el peligro que ello conlleva para su salud, e incluso para su vida. Pero no importa demasiado: son mano de obra barata, que no plantea problemas laborales y que resultan fácilmente renovables.
Otros graves problemas que afectan a esa población juvenil femenina son los matrimonios precoces y la mutilación genital. Una vez más, Naciones Unidas nos informa de que “En los países en vías de desarrollo, más de 60 millones de mujeres de entre 20 y 24 años contrajeron matrimonio o vivían en pareja antes de haber cumplido 18 años. Más 31 millones de ellas viven en Asia meridional. En países como Bangladesh, Chad, Guinea, Malí, Níger y la República Centroafricana, más del 60% de las mujeres se casaron antes de cumplir 18 años”. Asombrosamente, los padres de esas niñas las casan para ahorrarse su manutención, que pasa a ser obligación del esposo. Y, como se sabe, una buena parte de todas esas crías se casan con hombres maduros (a veces tan maduros que más bien se puede decir que están “pasados”) para los cuales apenas representan otra cosa que un objeto de placer sexual, una criada gratuita y una madre joven para sus futuros hijos.
Igualmente repugnante para nuestra mentalidad occidental resulta ser la ablación genital femenina. Aquí encontramos con que “70 millones de niñas y mujeres actualmente en vida han sido sometidas a la mutilación/ablación genital femenina en África y el Yemen. Además, las cifras están aumentando en Europa, Australia, Canadá y los Estados Unidos, principalmente entre los inmigrantes procedentes de África y Asia sudoccidental.”
Si añadimos a esto el problema de miles de chicos de ambos sexos son convertidos en esclavos y (sobre todo) esclavas sexuales, vamos completando un panorama que cada vez resulta más aterrador. Según datos que distan mucho de ser exactos, y que probablemente más bien se queden cortos, el número de niños y niñas que cada año son víctimas de la trata de menores de edad se eleva a 1,2 millones. No está mal, ¿verdad?
En un último apartado, que seguramente en parte se halla englobado en todos los anteriores, nos encontramos con la tragedia de los malos tratos infantiles. La Organización Mundial de la Salud (OMS) “estima que 40 millones de niños menores de 15 años son víctimas de malos tratos y abandono y requieren atención sanitaria y social.” Como ejemplo, se puede citar el de Egipto, donde “el 37% de los niños declararon haber sido golpeados o amordazados por sus padres, y el 26% declaró haber sufrido fracturas, pérdida de conocimiento o discapacidades permanentes como resultado de ello.”
Y para terminar con la misma náusea con la que comenzamos este artículo, otro escalofriante dato nos anuncia que “en Sudáfrica, estadísticas policiales recientes revelan 21.000 denuncias de casos de violación o agresión de menores en los que las víctimas tenían tan sólo nueve meses de edad. Y eso teniendo en cuenta que únicamente 1 de cada 36 casos de violación es denunciado.”
Pienso muchas noches y muchos días en ese cuasi infinito número de personitas cuya infancia nada tiene que ver con la de nuestros niños. Me los imagino sucios, hambrientos, y asustados, así como débiles e impotentes ante una barbarie y una injusticia, que para más inri, en muchos países no se considera ilegal, y donde seguramente las instituciones harán la vista gorda frente a su existencia. Y hablando de instituciones, también me admira que las nuestras, las de los países civilizados, salvo un puñado de heroicas ONG, a quienes todos deberíamos rendir tributo de admiración, hagan tan poco para impedir que se sigan perpetrando impunemente estos crímenes.
Adoro a los animales y me rebelo ante las barbaridades que contra ellos se cometen a diario. Pero no acabo de entender muy bien que los medios y la sociedad les presten más atención que a nuestros chicos y chicas. Y si algún día decides ayudarles, no pienses que con tus actos te estás ganando el cielo, sino que lo haces porque esas criaturas son un poco tuyas, mías, de todos. Por favor, no podemos consentir más que todos esos niños sufran tantas y tan abominables clases de maltrato.
Abelardo Hernández