Crónica de un Pregón de Fiestas de la Consolación que, un año más, no tuvo sentido y no le interesó a nadie pese a lo que se lo curró un gritón Paco de Benito

El reloj del viejo edificio del Ayuntamiento de Pozuelo en la Plaza del Padre Vallet funcionaba. Este año sí. Se había arreglado también la megafonía y se había puesto una pantalla, en teoría para que se viese mejor a los protagonistas del acto. Modernidad. Albricias. ¿Qué pensaría la Olvidable cuando vio tanto dispendio?
Luego la pantalla resultó que no servía para nada. Era la pantalla de un ordenador, el que la manejaba era un amateur y para lo que sirvió fue para tapar concejales. Lo de Oria y Ulecia asomando la cabeza por detrás de ella era muy divertido. ¿O patético? Algo era. En cualquier caso, el gesto era poco decoroso para un concejal del Gran Pozuelo.
Pero vayamos por partes, que diría Jack el Destripador.
No hubo lleno este año tampoco pese a las fotos difundidas. No estaba lleno. Y eso que el recinto es pequeño. Alguien más que yo cree que el Pregón es una reliquia para enterrar. Pero no me extenderé mucho en ello. Ya lo he hecho muchas veces. No hay más ciego que el que no quiere ver. No me merece la pena.
El palco estuvo lleno de concejales. El primero que salió, curiosamente, fue Berzal. Eché en falta a algunos concejales. Posiblemente, los más discretos. No voy a criticar a los que estuvieron en la balconada. A veces, mirar al pueblo desde arriba es un sentimiento irresistible. Ancestral y, por lo tanto, perdonable. Pecado venial.
También estuvieron los alcaldes de las ciudades limítrofes. Terol haciéndose selfies para publicar en las redes sociales y dos desconocidos. Y, eureka, en medio de todos, como caída del cielo, apareció ella: La Olvidable alcaldesa de Pozuelo y ahora 2ª máxima autoridad de la Comunidad de Madrid. Ahora parece que no quiere que la olvidemos. Y también Ángel Garrido, el todopoderoso consejero de presidencia del Gobierno de Cristina Cifuentes. Puf, algo gordo se barrunta en unos meses…
Pero, sigamos. La llegada de las privilegiadas peñas fue como siempre. Ellos se creen los reyes del mambo y entraron en la Plaza como tales. Su música ruidosa y hortera les definía. Soy más fuerte a más fuerte y horroroso ruido hago. Ni siquiera en eso supieron estar a la altura. Pero también es normal. Son sus fiestas. Sólo las bandas de música entraron en la plaza respetando la ocasión. Bueno, también entraron como debe ser los dos gigantes. Hermosos. Importantes. Creo que les costará recobrar esa tradición pozuelera de la que hablan sus creadores pero el esfuerzo y la pasión que han puesto en ello es loable.
De los discursos mitineros hay poco que contar. Se oían bien. Mejor que nunca. Demasiado bien para lo que se dijeron los intervinientes. Y como no había maestro de ceremonia (algún día se darán cuenta de su importancia a la hora de añadir liturgia a estos actos), Juanjo Granizo se lanzó de golpe a presentar a “sus gigantes”. A sus hijos grandes. Y dijo lo que cree de verdad. Y Juanjo cree que ‘Gabriel y Mariana’ son la sal de la tierra. Estuvo bien. Pero solo son lo que son.
Después, Sanchidrián nos contó la historia de ‘Gabriel y Mariana’. Mal contada. Aturullado. Innecesariamente. No se sabe muy bien por qué tuvo que hablar. A mi lado, un señor muy señoreado dijo que se debía a que ha sido el que puso la pasta que faltaba para terminar los gigantes. No lo sé. Pero alguna razón habría para que fuese invitado a hablar en momento tan importante. No tendría sentido de otra manera.
Pero la gente seguía a lo suyo. En la pantalla aparecían fotos fijas. ¡No lo estaban televisando! Nanai de la China. Era casi atrezo. Los discursos iban por un lado y el de la pantalla ponía fotos fijas al aliguí. Chapuceramente. No era la pantalla en la que se reflejaban los protagonistas de la acción. No podía ser tan bueno… En Pozuelo es difícil…
Daba igual, aquello no interesaba nada a los que estábamos allí. Ni siquiera le interesaba a los concejales y demás autoridades que estaban en la balconada, que no paraban de comentar cosas entre ellos.
Después llegó el turno de la alcaldesa Quislant. De rojo pasión. A las bravas. Como no la conoce nadie, nadie sabía si era la alcaldesa de Pozuelo o la modista que le había hecho los trajes a los gigantes. Aquello era un disloque bastante horterilla.
Doña Susana se presentó así mismo con su propio mecanismo y aparentó humildad. Tanta humildad que, incomprensiblemente, se hincó de hinojos ante las peñas. Perdonad a esta alcaldesa, peñistas, perdonadla. Y, para hacerles la pelota, las nombró a todas. Incluidas, las innombrables. Qué pena me dio.
Y a su lado, asintiendo, los concejales de Somos Pozuelo y el PSOE. Anuencia en estado puro. Luego se rasgarán las vestiduras en el Pleno del Ayuntamiento en defensa de pactos para defender a la mujer y para atacar al machismo. Tolerancia cero gritarán. Coherencia también cero digo yo con esas peñas insolentes. Pero allá cada cual. Las peñas son las reinas de las fiestas, por el ‘peso de la historia’ y hay que rendirles pleitesía.
Y después vino Paco de Benito a dar el Pregón. La alcaldesa hizo de maestra de ceremonias.
Paco es pozuelero. Famoso. Millonario. Simpático. Pero se equivocó de lugar y de tono. Su currado discurso fue largo, pesado, tedioso y mitinero… Inaguantable.
Primero nos contó su vida. Cosa que no creo que interesase a nadie. Su vida escolar, al parecer, fue ir de oca a oca por colegios privados. Después hizo unas gracietas que nadie entendía con poemas de Machado y canciones de Sabina. Y como nadie las entendía, lógicamente, nadie se rió.
Aquello no se acababa nunca y la gente se impacientaba. Algunos silbaban. Otros a iban a lo suyo. La plaza olía a panceta y los grifos de cerveza amenazaban con calentarse. Por último, Paco, que no debe tener mucha experiencia de hablar en público y no se daba cuenta de que la gente no le hacía puñetero caso, jugó a un interminable Pasapalabra que solo interesó a las peñas. Y por fin supinos para qué era la pantalla. Para poner un rosco del programa que ganó nuestro pozuelero y seguir alargando el discurso mientras Ulecia asomaba la cabeza por un lateral para ver cómo estaba el patio.
Por fin se acabó, entre escasos aplausos, aquel remedo de Bienvenido Míster Marshall.
Es una pena que este currado discurso de Paco de Benito no lo hubiera dado en otro lugar y con otro tono. Hubiera parecido divertido. En otro ambiente, hasta hubiera parecido hasta brillante.
Al final, en las traseras del Ayuntamiento, medio escondida en lugar de estar encima del escenario, la Gran Banda Sinfónica La Lira interpretaba el pasodoble “Suspiros de España” con cierta aflicción. O, al menos, a mí me lo pareció.
El Capitán Possuelo
Igual que algun vez te e quitado la razon por este articulo te doy la razon el pregon fue fatal no tuvo sentido como meter aantonio machado con pozuelo o poner el roncon de pasa palabras
Muchas gracias por su participación. Como siempre. Saludos