El Fantasma de don Agustín se alegra del despertar de la sociedad civil y del primer toque de atención de los españoles al Gobierno de Sánchez que debería no hacerle oídos sordos

Por aquí, ha sido un fin de semana de pregón, de cohetes, de lanzamiento de naranjas, de procesión. Un año más se ha cumplido con la tradición y las calles del centro del pueblo se han visto animadas por las celebraciones.
Como no podía ser de otra forma, las he podido seguir desde mi torreón, obligado a permanecer en la Casa, aunque estos últimos días mi ánimo no estaba en Pozuelo. No podía estarlo.
Es verdad que aunque hubiese podido acercarme a la villa y corte, mi presencia no se hubiese detectado, pero ¡cuánto hubiese dado por poder haber estado el sábado por la mañana allí!.
Se había convocado, por entidades de la sociedad civil, una concentración en Cibeles para hacer patente, de forma clara y rotunda, el apoyo a los valores democráticos, a la Constitución, a la unidad de España y a la defensa del estado de derecho. Todos nos estamos jugando mucho y era preciso acudir.
Afortunadamente, hubo respuesta. Los ciudadanos llenaron las calles y fue un primer toque de atención, porque, sin duda, habrá que dar más. Como ya señaló en otra ocasión un gran político, uno de esos que ahora escasean, lo del sábado no fue el final de nada, no fue ni siquiera el principio del final, pero pudo constituir, sin duda, el final del principio.
Los que allí acudieron estaban convencidos de que había que hacerlo. De que había que dar una respuesta a los que nos gobiernan. Y se hizo.
Pero, aunque tal vez no era su intención, sirvió también para comenzar a despertar a muchos que todavía permanecen aletargados, a cuantos están convencidos de que la democracia liberal es algo que, una vez que se consigue, no tiene marcha atrás y que, por lo tanto, no es preciso defender día a día.
Porque de lo que allí se trataba no era de manifestar las opciones de un partido político concreto. Los que allí acudieron eran de derecha, de centro y de izquierda. El espectro político era muy amplio.
Era la sociedad civil sin etiquetas que la encorsetaran. Eran ciudadanos, libres e iguales, que querían manifestar su enfado y su discrepancia respecto a todo lo que está sucediendo y su deseo e intención de que las cosas empiecen a cambiar de rumbo.
Los de arriba, una vez más, no querrán escuchar la voz de la calle. Taparán sus oídos y seguirán dando excusas y creando falsos argumentos que únicamente servirán para autoconvencerse de que la razón está de su lado. Pero se equivocarán si así lo hacen.
La soberbia, que a menudo suele ir unida a la incompetencia, es siempre un mal compañero de viaje. Sobre todo, en política.
A veces se hace necesario dar algún que otro baño de realidad y la ciudadanía tiene que estar dispuesta a dar cuantos hagan falta.
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”