El Fantasma de don Agustín asegura que no hemos avanzado demasiado (pese a que ya no hay hogueras) a la hora de castigar a quienes se atreven a ser críticos con quien detenta el poder

Ayer me llevé un gran susto.
Me encontraba descansando en mi torreón, no durmiendo porque mi estado no precisa del sueño para reparar el desgaste de mis neuronas, pero sí en una situación de agradable duermevela, cuando comencé a oír voces y ruido de pasos en la escalera que conduce a mi torreón.
Al principio pensé que eran cosas de mi imaginación, pero como, en vez de desaparecer, se fueron haciendo cada vez más presentes, terminé por concluir que eran reales. Rápidamente me incorporé y me acerqué a la puerta.
No cabía ninguna duda, varias personas estaban subiendo y lo hacían con cierta premura y agitación, lo que hizo que me pusiese rápidamente en guardia, al presentir que no venían sino con malas intenciones.
Sin apenas tiempo pude finalmente esconderme y apenas lo hube hecho, cuando no menos de seis personas, tras forzar previamente la puerta, terminaron por acceder al torreón.
Desde mi escondite no pude reconocer bien sus caras, tan solo oírlos y sus voces me resultaron familiares. Eran, sin ninguna duda, gente de la Casa.
Rápidamente pude superar mi atolondramiento inicial y gracias a lo que se decían entre ellos, terminé por entender de que se trataba aquel asalto: me estaban buscando.
No bien lo hube entendido, comprendí que única salvación estaba en no moverme, en no dar muestras de mi presencia. Y he de decir que me dio resultado. No estuvieron mucho tiempo, pero sí el suficiente para escudriñarlo todo, para revolverlo todo.
Poco a poco, el ímpetu inicial de sus pesquisas, al no obtener resultado, fue disminuyendo y pude apreciar en ellos que, a su frustración por no encontrar lo que buscaban, se empezaba a añadir el miedo. El miedo a tener que decirle, a quien les había enviado, que su búsqueda no había dado resultado.
Finalmente, despacio, muy despacio, uno tras otro, fueron saliendo. Y todo volvió a su ser. Todo, menos mi estado de ánimo, que todavía no he podido recuperar plenamente y que, estoy convencido tardaré en hacerlo.
Iluso de mí, pensaba que aquellos lejanos tiempos de la Inquisición habían pasado y que ya no volverían más. Que eso eran cosas de otra época, de otros tiempos, pero ¡cuán equivocado estaba!
No, ahora ya no hay hogueras purificadoras, pero siguen existiendo los sambenitos.
Y, sobre todo, las ansias por colocárselos a todos aquellos que se atreven a ser críticos con quien detenta el poder.
A mi pesar, compruebo que no hemos avanzado mucho.
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”