El Fantasma de don Agustín vuelve a ironizar sobre el encendido de las luces navideñas y sobre la falta de delicadeza del Consistorio que no le subió un chocolate con churros al Torreón
¡Y al final, se hizo la luz!
No, no me estoy refiriendo a la transparencia de la gestión municipal en tantos y tantos asuntos, porque, a eso, le quedan por aplicar muchos focos. Hablo del encendido de las luces de Navidad, que finalmente tuvo lugar. No con demasiada pompa, pero si con la circunstancia debida a la época por la que atravesamos.
Aquí, por el centro del pueblo, con algún que otro problema, pero se inauguraron. A lo mejor había que darse prisa por llegar hasta la Avenida de Europa. El caso es que ya únicamente falta el trenecito para sentirnos plenamente en Navidad, pero no duden que todo se andará.
A lo que no pude tener acceso fue al chocolate con churros, ¡con lo que me gusta! No es que yo pretenda recriminárselo a los organizadores del acto, pero no hubiese estado de más que, por una vez y sin que sirviese de precedente, se hubiesen acordado de mí, en esta ocasión en el buen sentido y, por aquello de la paz y los buenos propósitos de las fechas, me hubieran hecho llegar una tacita hasta mi aposento.
Me reconozco un poco gruñón y protestón, pero, a pesar de mis aparentes toscas maneras, no dejo de ser un poco sentimental, como el marqués de Bradomín. Y, el detalle de acercarme el chocolate, lo hubiese agradecido. Uno también tiene su corazoncito.
Claro que, dada la suspicacia que nos invade, a lo mejor, bien la alcaldesa o bien los encargados de las fiestas, pensaron que subirme la taza hasta el Torreón podría considerarse como un intento de soborno para ablandarme durante una temporada y que dejara de dar la lata. ¡Vayan ustedes a saber!
Si eso que les señalo, fue lo que finalmente paso, es que todavía no me conocen lo suficiente por estos lares. El caso es que, por olvido o por prevención, me quede compuesto y sin el consabido ágape. ¡No sé si, cuando llegue el con el roscón, rectificarán o seguirán en sus trece!
Y es que, por aquí, el personal anda un poco falto de eso que ahora llaman empatía. A ver si estas líneas, que seguro van a leer, les ayudan a despejar las dudas y, cuando llegue el día del reparto del roscón, se acuerdan de este pobre fantasma y me hacen llegar un trozo, aunque sea pequeño. Así repararían la falta.
Eso sí, no voy a ser exigente en cuanto a quién sea el encargado de subírmelo. Podría ser incluso algún concejal de la oposición, por aquello de cuidar las formas. Además, a estas alturas del mandato, ya no tengo muy claro quiénes forman parte del gobierno y quiénes están en la oposición. Andan todos, o casi todos, compartiendo el pastel.
Lo que sí descarto totalmente es que finalmente lo haga la alcaldesa.
Aunque, que quieren que les diga, eso sería todo un punto, ¡algo inenarrable, apoteósico!
Pero apenas empiezo a imaginarme la escena, me empieza a entrar algo así como una especie de alferecía.
Pero pensándolo bien, afortunadamente para mí, hay cosas que no pueden ser y además son imposibles.
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”