El Comité del Santo Oficio de Pedro y Pablo (“tanto monta, monta tanto”) va poner en marcha la oficina de la verdad absoluta. ¿Cuánto tardarán en controlar la opinión?
¿Y qué es la verdad?
Y según nos narra la Biblia no hubo respuesta a la pregunta que hizo Poncio Pilatos. Han tenido que pasar veinte siglos para que ya sepamos que la respuesta a tan trascendental cuestión va a ser emitida desde la Moncloa.
Está visto que los españoles no nos vamos a librar, así como así, del Santo Oficio. Pedro Y Pablo, “tanto monta, monta tanto”, van a poner en marcha, otra vez, la oficina de la verdad absoluta. Todo dejará de ser real, salvo lo que desde allí se acepte, se consienta o se tolere.
Ya solo falta, o tal vez no, que se recupere el “Nodo” para que se ilustre al españolito de a pie acerca de lo que tiene que creer o de lo que tiene que pensar.
No es que este fantasma esté a favor de las noticias falsas, de aquellas con las que se quiere intoxicar a los vecinos. De lo que no está a favor es que desde el propio gobierno se administre la verdad. Y, sobre todo, que sea el poder, sea éste cual sea, el que la determine.
Se ha acabado el tener una posición escéptica, el acudir a distintas fuentes para hacerse una composición fiel acerca de la realidad. Ese trabajo nos le va a dar hecho la autoridad competente. Solo nos va a quedar el asentimiento incondicional.
Aquí en nuestro Pozuelo ya tenemos amplia y larga experiencia acerca de la manipulación, desde arriba, de los hechos y de las verdades. El poder siempre teme a una prensa libre.
Lo teme porque tiene la misma virtud que los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato, y cuando el poder se ve reflejado en ellos, la imagen que les transmite no les gusta. Les pone en evidencia. Y por eso, quieren eliminarla. Solo quieren que el espejo les diga que son los más guapos, los más listos y que todo lo hacen bien.
Se quiere controlar la información, eso queda meridianamente claro. Pero ¿se va a querer controlar también la opinión?
Porque las opiniones podrán resultar extravagantes, desacertadas e incluso equivocadas, pero no podrán catalogarse como delictivas, ¿o tal vez sí? Algunos parece que ya están en ello.
Aquí, en esta España nuestra, parece que estos días nos encontramos muy satisfechos de que allá, al otro lado del Atlántico, al populismo le hayan dado un toque en las urnas.
Pero resulta chocante, cuanto menos, que los que más lo están aplaudiendo son los que aquí no dejan de hacer su propio populismo, aunque en este caso sea de signo político contrario. No saben, o no quieren saber, que los populismos se tocan, y mucho.
No saben, o no quieren saber que todos son lo mismo.
Porque todos se aprovechan de una situación social, del descontento de una gran parte de la población, para imponer a todos su propia visión, su propia política.
La democracia no garantiza que se elija a los mejores para que nos gobiernen. Eso lo evidencian frecuentemente los hechos. Lo que garantiza es que esa situación se pueda modificar, si así lo entienden los ciudadanos.
Los populismos quieren también conseguir que eso no se produzca. Y en eso se afanan.
Así se entienden algunas de sus medidas.
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”