El Fantasma de don Agustín reflexiona sobre la actividad política actual, lejos de ser una vocación, se ha convertido, únicamente, en la posibilidad de tener un puesto de trabajo

¡No sé si creérmelo! ¡Me han dirigido una carta! Y lo han hecho precisamente el día de mi onomástica. Estoy que no quepo en mí de gozo.
Siempre es de agradecer que alguien, que se declara como “pijolero” haya empleado parte de su precioso tiempo para comentar una de mis crónicas.
Una entrañable misiva en la que se me sugiere que, con seguridad bien intencionadamente, debo abandonar el Siglo de Oro y aterrizar en la época actual y darme de bruces con sus especiales circunstancias.
No, no crea que soy ingenuo y bien pensante. He vivido y fantasmeado mucho, lo que me ha permitido ver de todo. Y esa amplia experiencia me ha hecho bastante receloso y, desde luego, nada timorato. Fíjese que, ya en mi época, se describió el “patio de Monipodio”.
Lo que sucede es que, pese a lo visto y oído, no me acostumbro a ello y tengo la funesta manía de contar lo que sucede para, con la mejor de mis intenciones, intentar llamar la atención de las mentes ingenuas y acomodaticias, y que cavilen sobre ello.
Eso, que suele decirse, de que cualquier tiempo pasado fue mejor, tengo para mí que no es cierto. Pero sí le digo que estoy convencido, de que en la actualidad, pareciese como si estuviésemos atravesando el “puerto de arrebatacapas” porque en eso se ha llegado a convertir, en esta nuestra España, eso de la política.
En otros tiempos, en una profesión, lo habitual era que había que empezar de aprendiz e ir escalando los grados de oficial, aprendiendo bien el oficio, hasta lograr la maestría. Ahora, normalmente se sigue haciendo así en muchos casos, pero no sucede en la actividad pública.
Y asistimos, con estupefacción y con cierto miedo, a que, de esta forma, se puede llegar a dirigir la actividad municipal e incluso alcanzar la presidencia del gobierno sin haber gestionado nada antes de ello. Y claro, con tan escaso bagaje profesional e intelectual, a la hora de gobernar, no pueden sino comportarse como meros aprendices de brujo.
Puede que, al menos durante un breve tiempo, las cosas les vayan funcionando, pero al final, no pueden conseguir otra cosa que el caos. Máxime cuando los problemas son grandes y los desafíos, a los que hay que hacer frente, superan ampliamente las circunstancias normales.
La actividad pública, lejos de ser una vocación, se ha convertido, en muchos casos, únicamente en la posibilidad de tener un puesto de trabajo.
¡Es duro ganarse la vida en el mundo real!
Por eso, los partidos políticos, lejos de su principal cometido, se han terminado por convertir en una simple oficina de empleo que va repartiendo cargos y prebendas, no en función del mérito demostrado, sino siguiendo la senda del amiguismo y de los intereses.
¡Y así nos va!
Por eso, señor Don Juan Pijolero, comprender sí que comprendo, pero, al hacerlo, me rebelo. Y que con mis escritos, producto de mi desasosiego, únicamente pretendo llamar la atención de las gentes de a pie.
Ya sabe usted que las ilusiones y el empeño puesto por lograr que se materialicen mantiene la juventud. Debe ser, por ello, que, pese a mis años, me considero un espíritu joven.
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”