El Fantasma de don Agustín reflexiona sobre la utilización política de la crisis sanitaria al amparo de una situación de excepcionalidad que puede llevarnos a perder la libertad

Dicen no querer politizar la crisis sanitaria y, sin acabar de enterrar a los muertos, ya los están utilizando, con atroz cinismo, como arma arrojadiza, para tratar de ocultar los propios errores en la gestión de la pandemia.
¡Que fácil resulta a veces intentar manipular la opinión pública!
Se busca un motivo, un buen motivo, en este caso la salud pública y, al amparo de una situación de emergencia, se aprueban medidas legislativas que nada tienen que ver con la lucha contra el virus.
Y como si de la expansión del propio virus se tratase se propaga, a través de los medios afines, un relato oficial que está alejado, muy alejado, de la cruda realidad.
Los genes de la autocracia están muy presentes en muchos de los que nos gobiernan. Se creen poseedores de verdades absolutas y tratan de imponérnoslas a todos, quitándonos incluso el derecho a discrepar. Y mientras, los gobernados seguimos sin darnos cuenta de que la peste, la peor de las pestes, es en realidad toda forma de opresión creada por el hombre.
¡Desgraciado el pueblo que no es capaz de aprender de la historia!
De esa historia que nos repite una y otra vez que los muertos, la pobreza, el miedo, el afán de seguridad, todo ello convenientemente mezclado y aderezado, se convierte en un peligroso cóctel dirigido contra la libertad, nuestra libertad.
Un pueblo pobre, con un paro descontrolado, con una deuda pública galopante, en el que más de la mitad de sus componentes depende de las dádivas de los que gobiernan, se termina por convertir en dócil y servil. En un pueblo acrítico con las decisiones que se adoptan. Una sociedad conformista y adormilada, en la que las personas dejan de ser ciudadanos para pasar a ser súbditos que esperan ansiosamente soluciones fáciles a sus problemas.
¡Muera la libertad y vivan las cadenas!, se gritó por estas tierras hace ya casi dos siglos, olvidando los derechos que consagraba la Constitución de 1812 y el resto de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz. Y lo gritaba el mismo pueblo que se había levantado pocos años antes contra los franceses.
Gobernar con la comodidad que supone una situación de excepcionalidad puede representar una oportunidad para intentar suprimir derechos y restringir libertades. Pero para que esa situación se lleve finalmente a cabo, se precisa una colaboración necesaria.
Y en este caso, la colaboración necesaria e imprescindible es la inacción de los ciudadanos, su anestesia democrática. La falta de lucha para impedirlo. Porque, debemos tener muy claro, que únicamente se pueden arrebatar aquellos derechos que la gente se deja fácilmente quitar.
Desde este antiguo convento empiezo a percibir signos preocupantes de cuanto os digo. Una nueva inquisición comienza a querer volver a actuar. La discrepancia con la doctrina oficial comienza a ser mal vista. Espero no volver a ver que sea perseguida.
Las gentes tienen derecho hasta a estar equivocadas y lo que hay que evitar es que los que nos gobiernan se crean poseedores de la prerrogativa de no estarlo nunca.
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”