Consideraciones muy suyas de El Fantasma de don Agustín sobre la villa de Pozuelo y su Ayuntamiento, ambos envueltos en un silencio que impresiona hasta a los propios fantasmas

Confinado y muy solo, así me encuentro en “la Casa”. Despachos vacíos, pasillos silenciosos, teléfonos que suenan una y otra vez sin que nadie los atienda. Las horas se suceden, una tras otra, con una lenta monotonía.
No hay vida en el edificio, como tampoco la hay en las calles. Permanezco largo tiempo mirando a través de mis ventanales. De tarde en tarde alguien, con pasos apresurados cruza la plaza y creo percibir en ellos un sentimiento de culpabilidad por tener que hacerlo.
Pero lo que más impresiona es el silencio. Un silencio que lo envuelve todo. Un silencio semejante al que hay cuando cae una gran nevada. Un silencio que casi resulta atronador y que solo se rompe cuando, ya atardecido, escucho los aplausos de los vecinos que salen a sus balcones.
Pozuelo, como tantos otros lugares, es una ciudad sitiada por la angustia y la pena. Y empiezo a darme cuenta, qué soy un fantasma recluido en un edificio fantasma dentro de una ciudad fantasmal.
Tristes tiempos estos para los vivos que no cesan de recibir informaciones acerca de la situación. Todos esperan ansiosos un mensaje que les dé un atisbo de esperanza, pero éste todavía no termina de llegar. De momento, todo va a peor. No queda sino aguantar.
Y siento vergüenza, mucha vergüenza por saber que estoy fuera del alcance de la epidemia.
En mis tiempos, a esto que ahora sucede, lo llamábamos “la peste”. Ahora, unos lo llaman problema sanitario, otros lo denominan crisis sanitaria, pero, en cualquier caso, no deja de ser lo mismo.
Es, sin duda, un momento difícil y … grave. Un momento en el que se pone a prueba la reciedumbre moral y psicológica que cada persona guarda en su interior. Un momento en el que se precisa que todos estén a la altura.
¿Será así?
No lo sé, tengo dudas.
No sobre el comportamiento de las gentes de a pie, que en su inmensa mayoría seguirán tirando del carro. Pero sí sobre el de quienes dirigen la vida pública.
Dudas sobre algunos de ellos que no pueden quedarse quietos y tratan estar presentes de cualquier forma. Sobre otros que no paran de dirigirse constantemente a los ciudadanos sin decir nada, tratando de ocultar sus carencias y sus contradicciones. Sobre quienes, en vez de trabajar para solucionar el problema, pretenden utilizarlo en su propio beneficio y en el de sus intereses. Sobre aquellos que quieren utilizar, de forma rastrera, la situación con el fin de arrimar las ascuas a su sardina.
Ya sé que es muy viejo, y también muy fácil para todos ellos, aquello de caer en la tentación de creerse ser, o de querer ser, necesarios e imprescindibles.
Quieren ser todos ellos líderes, y aquí y ahora, únicamente son líderes aquellos que verdaderamente luchan por acabar con esto.
¡Ojalá qué a la epidemia, a la que estamos haciendo frente, no se añada la peste de la política!
La peste de la política y de sus torpes intereses.
Don Agustín “El Fantasma del Torreón”