Glosa sobre la vida y la obra de don José Manuel Carranza, mi amigo, un sacerdote que también supo ser un buen cura en Pozuelo de Alarcón. Un artículo de Domingo Domené
El día 13 de junio se cumplieron dos meses del fallecimiento de don José Manuel Carranza, sacerdote que durante casi cincuenta años sirvió a Dios y a los pozueleros en la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora, la parroquia matriz de nuestra villa.
Como muestra del recuerdo y del afecto que se le profesaba y después de unas palabras del párroco don Mario Palacio y de una sobrina, ese día la alcaldesa doña Susana Pérez Quislant después de loar las cualidades y aficiones humanas (toros, el deporte,…) de don José Manuel descubrió dos placas en su honor: una en la casa parroquial donde vivió ese medio siglo y la otra en la pared de la sacristía que da a la plaza que ha pasado a llamarse Plaza del sacerdote don José Manuel Carranza.
Conocí a don José Manuel hace ya casi cincuenta años, el primer día de la fiesta de la patrona y alcaldesa de la villa Nuestra Señora de la Consolación que pasé en Pozuelo.
Como era, y es, costumbre, después de haber paseado en procesión por las céntricas calles del pueblo la imagen de la Virgen se situó frente a la fachada del ayuntamiento. Un sacerdote subió al balcón principal y desde allí habló al pueblo. Glosaba el amor que en nuestra villa siempre se ha tenido por la Virgen en sus diversas advocaciones y en un momento determinado dijo: -Como todo el mundo sabe Pozuelo de Alarcón es el pueblo más mariano de la provincia de Salamanca. Los ¡oh! ¡oh! ¡oh! y las carcajadas ahogaron las palabras del sacerdote. Era don José Manuel quien rápidamente aclaró las cosas: -Perdonadme, por favor, es que ayer regresé de Salamanca, mi tierra y aún vengo lleno de su recuerdo.
Como la tierra de Salamanca también es la mía a los pocos días fui a saludarlo. Hablar de los aires que respiraste por primera vez cuando viniste al mundo y de la gente de allí es muy gratificante. Nos hicimos amigos. Bromeábamos sobre nuestras respectivas comarcas natales: el Abadengo de Ciudad Rodrigo (la suya), y las sierras de Tonda y Béjar (la mía), que si el río Yeltes que baña su pueblo natal (Villavieja de Yeltes) es diferente al del río Sangusin y sus numerosos regajos entre ellos el Zapatero (que baña, lo de bañar es un decir, mi Puebla de San Medel natal), incluso comparábamos la ganadería de los toros de lidia de su tierra con la de vacas moruchas de la mía y, así, mil humoradas más.
En lo que siempre coincidimos fue en nuestra devoción a la Virgen de la Peña de Francia a pesar de que en mi tierra bejarana se aprecia mucho la advocación de la Virgen del Castañar.
Al margen de esas bromas lo que siempre admiré en don José Manuel es que además de ser un buen sacerdote fuera también un buen cura. Me explico. Por sacerdote entiendo lo que dice su etimología: el encargado de hacer cosas sagradas, el ser intermediario entre Dios y el hombre. Para mí, el cura de almas o simplemente cura es el encargado por Dios de cuidar y curar el alma, el espíritu de los fieles, los creyentes de su parroquia. Don José Manuel decía que procuraba ser tanto un buen sacerdote como un buen cura siempre dispuesto a ayudar al necesitado y a consolar al triste, benevolente con los débiles y los pecadores pero inflexible con quienes eran persistentes en el error conceptual. Quienes le conocimos podemos afirmar que lo era.
Compartí con él, acaso por haberla mamado de niños, la misma afirmación Todos los hombres son respetables, pero no todas las ideas: al error hay que combatirlo sin cesar con inteligencia, pero también con respeto y sin violencia
Estamos seguros que ahora, cuando descansa en paz sentado al lado de Dios, sigue cuidando de nuestras almas. Muchas gracias don José Manuel.
Domingo Domené