Quiero un jefe como éste
¿Puede un jefe, un empresario, ser una buena persona, incluso comportarse como una maravillosa persona con sus empleados?
Pronto os mostraré que sí. Y eso asumiendo que debo de ser uno de los peores periodistas que haya parido este oficio. Una conocida frase tan actual hoy como antes, dice que “las buenas noticias no son noticias”. Pero a mí me encantan las buenas noticias, las historias, los cuentos y las pelis que acaban bien. Sí, esas de “final feliz” tipo “Y fueron felices y comieron perdices”. No obstante lo cual, en los medios de comunicación actuales, a todas las malas noticias, hasta las más nimias -quizá porque también buscan su minuto de gloria- se les suele añadir un plus de oscuro dramatismo. Si la bolsa cae un 0,2 %, la noticia afirmará sin rubor que “la bolsa hoy se ha desplomado, en una clara tendencia bajista”. Si se anuncia que mañana bajarán las temperaturas 2º C, la señorita del tiempo nos dirá con una sonrisa que “la ola de frío que se avecina hará que tengamos que sacar de nuevo las prendas de abrigo”. Bueno, en realidad no hay más que ver un buen ejemplo cuando hace poco nos anunciaban que “El Brexit supondrá una catástrofe para Europa”. Pero en realidad, de momento apenas hemos notado ningún cambio catastrófico en nuestras vidas.
La noticia que me impulsa a la reflexión de hoy proviene de un hombre ejemplar. Uno de esos a quien la naturaleza debería multiplicar como los panes y los peces del milagro bíblico. Ya el año pasado El Confidencial nos hablaba de un tipo hasta entonces desconocido llamado Dan Price, el CEO de la empresa tecnológica Gravity Payments. Nuestra estrella, cuya retribución anual ascendía a un millón de dólares, había decidido rebajarse el sueldo nada menos que en un 90%. “Creo en tener menos. Cuanto más tienes, más complicada puede llegar a ser tu vida”, explicaba Price con espartana sencillez. ¿Y en qué otra partida gastaría tan jugoso excedente? Pues muy sencillo: en aumentar el sueldo de los 120 trabajadores que integran la empresa hasta los 70.000 dólares anuales.
¿Y por qué precisamente esta cantidad? Price no actuó a tontas ya locas. Al contrario: se basó en un estudio llevado a cabo por los investigadores Daniel Kahneman y Angus Deaton, del Centro de Salud y Bienestar de la Universidad de Princeton, según los cuales, el dinero sí genera felicidad… pero hasta cierto límite. Su estudio aseguraba que “conforme una persona gana más dinero, va aumentando progresivamente su felicidad hasta llegar a los 60.000 euros. A partir de entonces, la felicidad se estabiliza y deja de ejercer más efectos sobre la alegría del día a día.”
Y no es que los empleados de Gravity Payments se sintieran precisamente explotados, pues hasta el momento su salario era de 48.000 dólares al año. Pero, obviamente, acogieron la decisión del jefe con una muy comprensible alegría.
Hasta aquí, la infrecuente decisión de un directivo. Pero la historia tiene una jugosa segunda parte que muestra un también poco habitual agradecimiento de los trabajadores. Porque los de Gravity empezaron a maquinar una imponente sorpresa para su CEO.
Al parecer, aunque el poco ambicioso Price conducía un automóvil con 12 años de edad, su sueño dorado era ser propietario de uno de los nuevos bólidos fabricados por Tesla Motors. Así que dicho y hecho. En el más absoluto de los secretos, sus colaboradores comenzaron a ahorrar poco a poco hasta conseguir reunir los no pocos miles de euros que cuesta uno de esos novedosos vehículos totalmente eléctricos.
La escena en que se puede ver cómo los conspiradores conducen al jefe hasta el lugar donde estaba aparcada su nueva joya tecnológica (¡y sí, también en el color azul preferido por Price!) es inenarrable; hay que verla. Como cabía esperar, el buen hombre no puede contener las lágrimas de emoción. Abraza repetida e indiscriminadamente al automóvil y a su gente; lanza gritos de júbilo… Sin duda ninguna, probablemente está viviendo uno de los momentos más felices de su vida. Y casi se podría apostar a que esa felicidad se debe más al comprobar el cariño de los suyos que al soñado coche del cual es ahora su feliz propietario.
Repito que amo este tipo de historias, y no sólo por su final feliz, sino porque demuestra, entre otras muchas cosas, que directivos y empleados no tienen por qué siempre, ni necesariamente, ser esos enemigos a muerte irreconciliables que pregonan los de la lucha de clases. Como decía uno de mis gurús favoritos, Facundo Cabral, “Si los malos supieran lo buen negocio que es ser bueno, serían buenos, aunque sólo fuera por negocio”.
Poseso.
Abelardo Hernández