La decadencia del Tío Sam

Recientemente, el diario ABC nos informaba de otra más de las habitualmente incendiarias declaraciones del aspirante republicano a la presidencia de EEUU, Donald Trump, en el transcurso de una intervención en la Liberty University del estado de Virginia. “Vamos a obligar a Apple a construir sus malditos ordenadores en este país en vez de en otros países”, dijo Trump sin que se le moviera ni un pelo de su descuidado peluquín.
Como es bien sabido, según nos informa el Diario madrileño, la mayoría de los equipos y dispositivos que habitualmente manejamos provienen de Foxcon, una multinacional taiwanesa contratada por empresas tecnológicas como Apple, Amazon, Google o Microsoft, la cual produce todos los dispositivos en la ciudad china de Shenzhen.
Desde luego, mucho deberían cambiar las liberales leyes norteamericanas hasta el punto de ser capaces de obligar a determinar los rumbos de la política estratégica de sus compañías, y si tal hicieran, no tardarían en perder su predominio mundial en éste y en otros campos de las nuevas tecnologías. Pero, incluso en el improbable caso de que así sucediera, mucho nos tememos, señor Trump, que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Al parecer, este no es el primer intento de intentar reanimar la decadente área industrial de los Estados Unidos, pues, según el artículo citado, ya en 2011 el presidente Obama le preguntó a Steve Jobs por qué el ensamblado de los equipos de la manzana no podían llevarse a cabo en territorio norteamericano, y a Jobs le faltó tiempo para aseguran que esos trabajos “jamás regresarían”.
Y no, no es un capricho. Obviamente existen razones económicas para tal comportamiento, puesto que evidentemente los más bajos salarios chinos posibilitan que el precio del montaje sea así netamente inferior al occidental. Y aquí viene lo peor. Es que, en el momento actual, tristemente para Obama, para Trump y para el ciudadano medio estadounidense, se impone una realidad materialmente imposible de obviar: que la capacidad tecnológica y laboral de China en la actualidad es netamente superior a la del país de las barras y estrellas. Según afirmaba en torno a estas declaraciones el prestigioso New York Times, “Otra ventaja fundamental para Apple es que China proveía ingenieros a una escala que EE.UU. no podía ofrecer. Los ejecutivos de Apple estimaron que 8.700 ingenieros industriales eran necesarios para supervisar y guiar la línea de montaje de 200.000 empleados dedicados a la manufactura de los iPhones. Los analistas de la compañía estimaron que serían necesarios nueve meses para obtener esa cantidad de ingenieros cualificados en EEUU, mientras que en China apenas necesitarían quince días”.
No vamos a entrar aquí en la habitual polémica de si en el Extremo Oriente los trabajadores son sacrificados esclavos de sus empresas, y si el relajado modo de vida occidental es más sano y relajado. Pero lo cierto es que, compitiendo con ellos en las actuales condiciones del mercado mundial, tenemos muy poquito que hacer frente a estos verdaderos dragones de la industria, y parece que sólo es cuestión de tiempo que nos fagociten de un solo bocado.
Ya se sabe: el pez grande se come al chico. Incluso aunque sea un pescado tan indigesto como usted, Mr. Trump.