El Fantasma de don Agustín reflexiona sobre la confección de las listas electorales (ese oscuro objeto del deseo) basadas en las adhesiones inquebrantables y el capricho de los dirigentes

Las listas, ese oscuro objeto del deseo.
Estar en las listas, aparecer en las listas, ocupar un puesto de salida en las listas. Ese ha sido el objetivo que ha tenido preocupada a la clase política madrileña los pasados días. ¡Cuántas llamadas, cuántas noches en vela, cuántos mensajes intercambiados, cuántas palmadas en el hombro, cuánto de todo ha sido necesario, hasta que, por fin, se ha recibido la llamada por la que les citaba para firmar las candidaturas!
Algunos “egos” se han podido reafirmar, otros, por lo menos, no han sufrido demasiado.
Ahora ya, algunos pueden descansar, por mal que se den las cosas el día electoral van a tener ocupación los próximos años. Sin embargo, para los que no tienen asegurada la elección, todavía quedan días de zozobra. ¡Hay que seguir trabajando para mejorar el resultado y, si todo sale bien, estar en la Asamblea! ¡El esfuerzo habrá merecido la pena!
Los que saben que ocupan puestos de relleno también están tranquilos. Les basta con la satisfacción de saber que se ha contado con ellos. De momento, almacenan méritos para mejor ocasión. ¡Es cuestión de esperar! Se sienten, por ahora, contentos con salir en la foto, aunque sea al fondo y lo lejos.
Todavía en la política española, la elección de los candidatos no depende de los ciudadanos sino de los dirigentes de los partidos políticos. Ellos eligen quienes van en las listas, a los vecinos únicamente les queda la opción de refrendarlos con el voto.
Se vota una lista sin conocer prácticamente a nadie de los que aparecen en ella. Se vota únicamente a quienes las encabezan. No hay relación directa del votante con su representante. Así, qué duda cabe, se controla mejor a la bancada, se mantiene mejor la disciplina del partido, pero se difumina la representatividad de los elegidos.
El ciudadano no puede acudir al representante elegido para exigirle nada después. Los votos son para el partido político y no para las personas elegidas.
El diputado no rinde cuentas a sus electores sino a los jefes, que son quienes les han colocado, quienes al hacerlo pueden premiar lealtades y castigar a aquellas voces que se han atrevido a ir en contra.
Nadie queda libre de cuanto les comento. En todos los partidos políticos desgraciadamente sucede los mismo. Ni aquellos que decían venir a cambiar las cosas han podido, ni querido, escapar de la maquinaría electoral al uso. Todos parecen estar muy satisfechos con el invento. Las criticas se dejan en el desván en cuanto se empieza a pisar moqueta.
De momento, es mejor seguir con aquello que se solía decir en otros tiempos. Era, si la memoria no me falla, lo de las adhesiones inquebrantables.
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”