El Fantasma de don Agustín reflexiona sobre la actualidad política nacional partiendo del misterioso cambio de sede del PP y terminando en la polarización de la sociedad española
Si eso fuera posible, me gustaría poder intercambiar impresiones, experiencias y, por qué no, chismorreos, con los compañeros de “Génova, 13”. Y empleo el plural, porque allí debe haber, no uno, sino varios fantasmas. El edificio, que quieren que les diga, da para ello y para mucho más.
Sería, sin duda, una experiencia muy gratificante a la vez que enriquecedora y que, quizás, me ayudara a explicar algunas de las cosas que se han ido sucediendo en esta “Casa”, a lo largo de los últimos años. Aunque allí son siete plantas, y puede que cada una de ellas cuente con su propio fantasma. Será difícil poner a todos de acuerdo.
Ahora parece que quienes dirigen el Partido Popular han decidido abandonar ese edificio. Pretenden con ello, dejar allí los fantasmas. No saben, o no quieren saber, que los fantasmas y, en este caso, sus fantasmas, se irán con ellos. Los acompañarán siempre. Son, no otra cosa, que sus propios fantasmas. Y con ellos están obligados a convivir.
Quieren olvidar, y que los demás olviden, el pasado. Pero olvidar el pasado, renunciar a las raíces, puede conducir a no saber de dónde se viene, a no conocer aquello que se es y, lo que es peor, a no tener claro a donde se quiere llegar.
No, no conviene olvidar el pasado, lo que hay que hacer, como ha recordado alguien, es aprender de él. Reconocer los errores y asumirlos, resulta primordial para enfrentarse al futuro e intentar no volver a repetirlos.
Pero ahora, los políticos, de cualquier tendencia, se bañan en ese río que es el adanismo. Nada de lo anterior es válido. Todos se creen que van a iniciar un nuevo camino que antes no lo ha emprendido nadie. Se instalan en esa fantasía y ni la realidad, que suele ser tozuda, les hace darse cuenta de su error.
Nada de lo que se ha hecho antes es válido. Hay que partir de cero. Ni es válido el proceso de la Transición, ni tampoco lo es el pacto constitucional. Y partiendo de esa premisa, estamos cayendo en los mismos errores en los que incidimos hace ya bastantes años.
Nuestra clase política está consiguiendo algo que, hasta hace muy poco, estaba felizmente superado. Está consiguiendo polarizar a la sociedad española. Está trabajando sin denuedo para que nos definamos más por “aquello contra lo que estamos” que por “aquello a favor de lo que estamos”. Está logrando que tengamos enemigos en vez de adversarios políticos.
Es el riego que se corre utilizando cada vez más la visceralidad en los comentarios y en las intervenciones. Se deja completamente a un lado la frialdad de la racionalidad y se intenta buscar reiteradamente la respuesta puramente emocional.
Y con ser esto grave, lo peor es que nada de lo que se hace en este sentido se lleva a cabo por error. Lo realmente preocupante es que se hace con total y declarada intención.
Una situación que tiene muchos culpables. Algunos, sin duda, lo son por acción, porque consideran que actuar así les conviene. Lo suyo no es la gestión sino la confrontación.
Otros lo son por omisión, porque estratégicamente piensan que la polarización les reportará un rédito político, el de hacer ver a los ciudadanos que son los únicos situados en la centralidad, en la equidistancia entre los extremos.
¡Ah, y mañana es 23 de febrero!
¡Qué lejos y que cerca de aquello!
Don Agustín “el Fantasma del Torreón”