La siniestra escultura de la rotonda, por la que Mónica García Molina pasará a la historia de Pozuelo. Un artículo de Carlos Rojas Olivar
Me ha costado escribir estas reflexiones. No por pereza. Tampoco por incompetencia “escribidora”, sino porque he necesitado semanas, meses y vueltas a la rotonda en cuestión, para entender. Al final, he llegado a una conclusión: no se puede entender. ¡Qué descanso! ¡Qué relajo! ¡Por fin! Era simplemente una de las sinrazones de algunas de las obras públicas de Pozuelo de Alarcón y de sus “decoraciones” y “adornos”.
Pero, ¿de qué está hablando?, se preguntará el lector. Pues de un enorme bodrio, adefesio, espantajo, que no espantapájaros, pues ni siquiera asusta; se limita a servirles de cagadero a palomas y gorriones. ¿Dónde? En la rotonda que divide la calle Navacerrada en su cruce con Pico del Nevero. Se trata de unos enormes maderos, puestos al azar, contra los que creí chocar la primera vez que los vi en el silencio de la noche, no demasiado iluminada por esos parajes del nuevo Pozuelo. Los volví a divisar una y otra vez desde el autobús 657, ya de día y con la perspectiva en altura que proporciona el autobús
Curioso e interesado en todo lo que se hace en mi Ayuntamiento, volví andando en varias ocasiones, para observar ese extraño “otni” (objeto terrestre no identificado), que obviamente no había caído del cielo. Algún “lumbreras” de Obras públicas o de Medio Ambiente había tenido la feliz idea colocarlo en medio de un cruce importante de acceso a nuestra ciudad, viniendo de la A-6 o de la calle Camino de El Barrial, de Aravaca. Un amigo me dijo que la llaman La Rotonda de Mónica. De Mónica García Molina porque ella fue la concejala del mal gusto que la puso.
De cerca parecen traviesas de tren claveteadas en oblicuo, con la pretensión de ser una escultura moderna y abstracta. Pero uno, que tiene sus añitos, no pudo menos que pensar en una especie de un gigantesco “haz y flechas” en ruinas, del escudo de la antigua Falange. No, no es mi imaginación calenturienta. A pleno sol, esa birriosa “escultura” proyecta una siniestra sombra, recordatorio de otros tiempos.
La rotonda de marras no armoniza con los alrededores, no puede competir con otras más afortunadas rotondas de Pozuelo, con sus fuentes, sus cipreses, sus figuras geométricas en el suelo o sus bellos parterres de plantas vivaces. Por añadidura, el antiguo arte chino del “Feng Shui”, que interactúa con el espacio siguiendo su esencia, hubiera puesto un cero patatero a la agresividad en punta que emana del espantajo. La energía del entorno no fluye en armonía, pues parece cortada como con cuchillos, interrumpida por las líneas proyectadas por los extremos de las traviesas, cuyas puntas parecen amenazar cielo y tierra, y querer penetrar a través de las ventanillas de los coches que tienen que bordearla. Provocan en lugar de invitar y parecen agredir y rechazar, en lugar de guiar y acoger a cuantas personas tienen la desgracia de toparse de bruces con “tan genial invento”.
Solo se me ocurre que a algún funcionario o jefe de servicio le sobrase el OTNI en su jardín y lo vendiera al consistorio, que así salía del paso y no tenía que comerse el coco, ni convocar un concurso de ideas entre los vecinos o los artistas empadronados para buscar una mejor y honorable solución a una de las futuras entradas a Pozuelo.
Carlos Rojas Olivar