El otro capricho de Carmena: La nueva Gran Vía de Madrid solo deja escenas curiosas pero sobre todo el abandono de vehículos de la zona de imprevisibles consecuencias
Las 700 vallas de hormigón que delimitan los 5.400 metros cuadrados de nueva zona peatonal se han convertido en un improvisado banco en el que sentarse. Otros se suben peligrosamente a las barandillas metálicas para sacarse un «selfie» con la iluminación navideña como telón de fondo.
El sistema de seguridad incomoda a algunos taxistas que se quejan de que solo pueden descargar y recoger a clientes en los cruces y en algunos puntos en los que las barreras rompen su continuidad. «Si vamos a un hotel, no podemos dejar a los clientes en la puerta como antes. Y la carga y descarga de maletas se hace en plena calzada. Eso no está bien pensado», destaca uno de ellos.
La Policía Municipal puso en marcha, una hora antes que el viernes, el control de accesos en las calles Preciados y Carmen para forzar el sentido único con gran división de opiniones.
Como ocurrió el viernes, el gran ausente fue el vehículo privado. Los parkings públicos del centro dejaban una rara escena para un sábado por la noche: plantas enteras con la práctica totalidad de sus plazas sin ocupar. «Es inaudito para un fin de semana de época navideña», se lamentaba el vigilante de uno de ellos, preocupado por si esta iniciativa pone en riesgo sus puestos de trabajo.
La falta de tráfico privado en la Gran Vía –filtrado desde la plaza de la Independencia, provocando pequeñas retenciones– tiene otra peligrosa consecuencia. Los conductores que la atraviesan rebasan muy por encima el límite de 30 km/h en la bajada entre la Red de San Luis y la calle de Alcalá.