Maestros con estelada. Cuando la tribu en Cataluña es lo que importa
Una de las mejores y, posiblemente, la más importante carrera vocacional, sin duda, es la de MAESTRO, al menos esa era la idea que como experiencia de vida tenía, a pesar de las vivencias que, en distintas etapas de la vida propia y de nuestros hijos, nos tocara pasar.
Desde los tres años, nuestros hijos pasan más tiempo con sus educadores que con nosotros y es en el ámbito de su ambiente escolar donde forjan una parte muy importante de su destino. No, por supuesto, no podemos caer en la tentación de que ellos sean los educadores de nuestros pequeños; ni mucho menos, el maestro tratará de darle la oportunidad de poner en valor todo el potencial intelectual que el pequeño lleva dentro, para que pueda desarrollar lo mejor para él y por ende, para la sociedad en la que vive.
Más allá de los condicionantes económicos de los progenitores que, a priori, suponen unas posibilidades añadidas o no, lo que nunca se podía poner en duda era la conducta ejemplar de los profesores, más allá de la orientación del colegio que por supuesto condiciona, aunque sea mínimamente, el futuro devenir del infante y de las aptitudes y actitudes propias de cada enseñante.
Concurre, igualmente, que en función de las zonas – hablamos en las grandes ciudades, fundamentalmente – el perfil del académico – no hablemos de la “Complu “y la “libertad morada” de la misma- se identificaba con el alumno que recibía, trasladándole, en tantas de las ocasiones, lo que el profesor entendía que demandarían padres y zona ( política y socialmente hablando), con el objetivo final de evitar problemas y favorecer integración y desarrollo escolar del alumno…, casi siempre hasta que cualquier incidente despertaba al tutor de su error, al ponerse en la mayoría de los casos, todos a favor del alumno…más allá de la sinrazón que la situación pudiese requerir. Hasta considerar la profesión vocacional de : alto riesgo.
Pero lo que no imaginábamos, en el año 2017, es que la nacionalsocialización de los maestros en Cataluña llegará al sumun del totalitarismo, haciendo palidecer al comunismo de la URSS. Los acontecimientos desarrollados en la citada Comunidad Autónoma en tantos centros escolares con las acciones llevadas a cabo por los que deberían educar en el respeto y la libertad a los alumnos en relación al 1-O, se han cargado de tendenciosidad y totalitarismo con un plus de deidad y, más allá de las denuncias por delitos de odio, han puesto de manifiesto que los niños están siendo educados por verdaderos expertos en el odio, la tergiversación y el engaño hacia todo lo español, poniendo en evidencia y en el disparadero a los que no piensen como ellos, de ahí la gran tragedia que nos rodea y que a ellos, sin saberlo, les espera.
Me asusta, incluso más, el papanatismo de los padres que ante estas actuaciones y como ovejas del rebaño nacionalsocialista les parece estupenda la utilización de sus vástagos bajo el ejemplo de las otrora famosas juventudes hitlerianas o stalinistas que tantos días de llantos trajo a toda Europa ( canciones, enseñas, pintadas en la cara…toda una decoración de la clase, invocada al pensamiento único).
Sin duda esa “grande y libre” escuela de libertad que se está desarrollando en Cataluña, con más de treinta años de continuidad, solo se cura saliendo de la aldea, abriendo las ventanas, escuchando otras voces, pero sobre todo bebiendo en las fuentes de la libertad y de la verdad, ajenas todas al carácter actual de la fabulación que allí reciben y de los profesores, verdaderos defensores de la tiranía que los rodea.
Ellos que tendrían que ser los que despertaran a los párvulos en las oportunidades de la vida, se han convertido por cobardía, miedo, convencimiento o inacción en la mano que mece la cuna y que condenará a sus infantes a la peor de las tragedias de la vida : la ignorancia nacionalista, fuente de las últimas guerras que en nuestra Europa ha habido y defensora a ultranza del pensamiento único.
Y, lo peor de todo, es que el presidente español, se sigue preguntando si han declarado la república.
A. Nogueiro