Hoy es el Aniversario del descubrimiento de la Penicilina, uno de los grandes avances de la Humanidad, pero la gloria no fue solo de Fleming. Un artículo del doctor Juan José Granizo
El 28 de septiembre de 1928 se considera la fecha del descubrimiento de la Penicilina. Alexander Fleming se llevó la gloria de este hallazgo pero como vamos a ver, las cosas fueron un poco más complicadas.
Fleming, nacido en Escocia, sirvió como médico en la primera guerra mundial. Impresionado por su experiencia bélica, investigaba sobre el tratamiento de las infecciones de las heridas integrado en un equipo orientado hacia la inmunización, que por aquella época, parecía una terapia prometedora.
El “descubrimiento” de la penicilina ocurrió casualmente en la mañana del viernes 28 de septiembre de 1928. Tras las vacaciones, estaba limpiando placas de cultivos bacterianos. Muchos estaban contaminados por hongos y fue un amigo, que le estaba visitando, el que le señaló que alrededor de las colonias de hongos las bacterias habían sido destruidas. Algo producía ese hongo que mataba los gérmenes.
Se identificó el hongo como Penicillium notatum. El laboratorio estaba completamente contaminado por esporas de este hongo pues un colega de Fleming estaba trabajando con él. Por suerte, esa es la única especie de Penicillium que produce penicilina.
Además Fleming, al irse de vacaciones, dejó las placas de cultivo a temperatura ambiente y no en la estufa a 37 ºC, como es lo habitual, lo que favoreció el crecimiento del hongo en el fresco clima de Londres.
Y afortunadamente, la bacteria cultivada era sensible a la penicilina, cosa que no es aplicable, ni mucho menos, a todas las bacterias. Ya son casualidades….
Anteriormente muchos microbiólogos hicieron esa misma observación. Pero él fue el único que publicó este hallazgo, que pasó sin pena ni gloria en la literatura científica.
Fleming no supo usar la penicilina como medicamento. El compuesto era inestable y nunca pudo purificarla. Sus primeras publicaciones no exploran su uso como antibiótico y en 1934 abandonó su investigación.
Pero un alumno suyo, Cecil Paine, retomó esos trabajos tratando con éxito algunos niños de infecciones oculares en 1930. Paine convenció a Howard Florey, un prestigioso investigador, del potencial científico de la penicilina, aunque también dudaba de su uso como medicamento.
Hasta 1941 no se logró inyectar penicilina en un paciente, que falleció porque la dosis fue ineficaz, ya que la tecnología disponible no permitía producir más que unos miligramos de la molécula a un precio astronómico.
Y es que el Reino Unido, inmerso en la Segunda Guerra Mundial, no podía desarrollar el potencial de la penicilina. Por ello, los investigadores británicos van a Estados Unidos con unos viales del milagroso compuesto llegando a los laboratorios Peoria.
En ellos, el químico Andrew Moyer, consigue producir penicilina empleando procesos de fermentación industrial a finales de 1941, pero la cepa británica del hongo no es la más adecuada.
Un biólogo del laboratorio, al comprar un melón, observa que sobre él crece Penicillium y decide hacer una prueba con esta variedad americana. El rendimiento de esa cepa se demostró abrumadoramente mejor que el de las cepas británicas, dándose un nuevo paso adelante.
A pesar de ello, la industria farmacéutica no puede producir las ingentes cantidades de penicilina que requiere la guerra. Pero la penicilina se ha convertido en una prioridad absoluta y se busca una solución por todo el mundo y es ahí donde la industria cervecera entra en juego.
Al fin y al cabo, fabricar cerveza es un proceso industrial que implica controlar la producción de un hongo. Para los cerveceros fue fácil adaptar sus sistemas de fabricación a la producción masiva y barata de penicilina. A mediados de 1944 una dosis de penicilina costaba solo 30 céntimos de dólar. Esa batalla estaba ganada.
Al año siguiente Alexander Fleming recibió el premio Nobel de Medicina.
La penicilina ha sido uno de los avances más importantes de la Humanidad. Pero el medicamento que cambió la historia es fruto del trabajo de muchos grandes hombres y demuestra, a las claras, que la Ciencia moderna es infinitamente más que el trabajo de un investigador.
Juan J. Granizo, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública