Combates de españoles contra piratas moros filipinos en 1848, siendo gobernador el Capitán General Narciso Clavería y Zaldúa
Para los españoles, las Islas Filipinas estaban en el fin del mundo, la distancia a Manila desde España era y es de unos 24.000 kilómetros por la ruta del Cabo de Buena Esperanza y unos 14.000 atravesando el Canal de Suez. Era un inmenso territorio con una superficie aproximada de 300.000 km², superficie superior a la mitad de la Península, con distancias de Norte a Sur superiores a 1.900 km y de Esta a Oeste de más 1.200 km.
Las Filipinas pertenecieron hasta 1821 al Virreinato de Nueva España y se controlaban a través del Puerto de Acapulco, en el Pacífico mejicano, por medio de los galeones de Manila. La ruta se hacía dos veces al año empleando 3 meses en la ida y entre 4 y cinco la vuelta, el último barco zarpó desde Acapulco en 1815.
Inmediatamente a su fundación, la riqueza y pujanza de Manila atrajo las ansias de botín de los chinos, los ingleses y los piratas moros, especialmente los de las Islas de Mindanao, Joló y Borneo. Estos desalmados se dedicaban a asaltar las zonas costeras en busca de botín y de esclavos y producían graves distorsiones a las comunicaciones y la economía de la colonia. En la defensa contra los piratas empleaba casi todos sus recursos, siempre escasos, la Administración de la colonia que, más de una vez, se vio reducida a la impotencia.
Aunque en el siglo anterior se hicieron expediciones contra Mindanao, a principios del siglo XIX, desde el estrecho de Mindoro hasta Cotabato en la isla de Mindanao, en toda la costa oeste de las islas de Mindoro, Panay, Negros y Mindoro, los piratas mandaban más que el Capitán General. Realmente, la presencia española solo era significativa en las islas de Luzón, donde se encontraba la capital Manila, y en la isla de Mindanao.
A mediados de siglo se organizaron expediciones punitivas contra los piratas. En 1848, siendo capitán general Narciso Clavería y Zaldúa, se organizó una contra los piratas de la isla de Balanguingui, en el archipiélago de Joló, al suroeste de Mindanao. Fue una campaña anfibia cuyo objetivo era arrebatar a los piratas moros la isla de Balanguingui que estaban usando como base para sus correrías de rapiña.
La expedición estaba compuesta de una flotilla de diecinueve buques de guerra de distinto porte a las órdenes del brigadier José Ruiz de Apodaca. A la flotilla de guerra se unió otra de transporte donde se embarcaron las compañías de infantería regulares de los regimientos de Asia, de La Reina, 2º Ligero y Fernando VII, más unos 150 veteranos auxiliares de la ciudad de Zamboanga en la isla de Mindanao. Hay que considerar que por aquella época las unidades estaban compuestas por tropas indígenas bajo las órdenes de oficiales peninsulares ya que solo los regimientos de artillería disponían de soldados peninsulares. Las dotaciones no estaban completas y cada regimiento contaba con menos de 800 soldados.
Las tropas españolas llegaron a la isla el día 14 de febrero. Balanguingui es una isla con una superficie de unos 15,5 km², baja, cubierta de manglares y selvas en su mayor extensión, dejando en seco pequeños arenales donde están situados sus cuatro fuertes y sus siete pueblos. Un canal, o estero, divide la isla en dos porciones principales, subdividida además por otros pequeños formando un laberinto. Los dos principales fuertes se hallaban situados en la desembocadura del estero mayor.
Después de proceder a un reconocimiento de la isla, el Capitán General se decidió a atacar el fuerte de Balanguingui, dejando en observación el de Sipac, el más grande de la isla y situado en el extremo opuesto.
Los fuertes eran de una construcción particular, exteriormente tenían un revestimiento edificado con troncos de árboles, de 0,85 a 1 metro de diámetro, y con una altura entre 6 y 6,5 metros. Interiormente tenían otras dos ó tres empalizadas paralelas con relleno de piedra, haciendo todo un terraplén ó murallón de 5 a 6 metros de grueso, en que por su calidad no les hacía efecto la artillería. Las aproximaciones estaban defendidas por púas de cañas y pequeños pozos de lodo, bien cubiertos, para causar daños a los atacantes.
Al amanecer del día 16, desembarcaron, aprovechando la baja marea, únicas horas en que el fuerte de Balanguingui no está aislado, las tres compañías de Asia, la Reina y Segundo Ligero, destinadas al asalto. La reserva la formaban las compañías del Fernando VII junto a los 150 veteranos de Zamboanga, todos ellos al mando del teniente coronel Andrés Arriete.
El asalto es apoyado con el fuego de la artillería de las naves de guerra, aunque el fuego naval no causó efecto decisivo sobre el fuerte, por lo que una vez que se creyó que había afectado a la moral del enemigo, se ordenó su cese y el inicio del asalto.
La defensa de los piratas era obstinada, las escalas de asalto eran algo largas y facilitaban a los piratas derribarlas, pero ni el fuego de fusilería, las granadas y las piedras arrojadas por los defensores impidieron el asalto. En la operación, los coroneles José María Peñaranda y Cayetano Figueroa, entre otros, fueron heridos o contusos. Coronado el muro, se precipitó en el interior la fuerza atacante dando muerte a unos 25 piratas, arrojándose los restantes al agua por el lado opuesto. Estos últimos fueron atacados por las falúas y botes armados dando muerte a otros 40 más, siendo muy pocos los que escaparon. Los costes para las fuerzas españolas fueron 5 muertos de las tropas, dos zamboangueños y unos 50 heridos, entre ellos los dos coroneles mencionados.
Una vez tomado el primer fuerte, los españoles decidieron adentrase en la isla por el canal, pero la falta de profundidad hizo que se abandonara el intento. La decisión del Capitán General fue tomar el otro fuerte importante de la isla, el fuerte de Sipac.
Este fuerte, de la misma construcción, pero mayor que el de Balanguingui, tenía más artillería y más gente; pero también se hallaba en tierra más firme. Como las naves no podían rodear ni aproximarse a la fortificación, Clavería ordenó desplegar dos piezas de artillería de montaña en el istmo.
Al amanecer del día 19, las naves tomaron posición y abrieron fuego juntamente con las dos piezas desplegadas en el istmo. El efecto del fuego fue tan ineficaz como en el ataque al fuerte anterior. A las 8 se inició el ataque.
La columna de ataque la formaban las mismas fuerzas que atacaron el fuerte anterior a las que se unieron una brigada de marinos. Su comandante solicitó su presencia en el ataque para tener parte de las glorias de tierra. La descarga de artillería y de fusilería desde el fuerte con que fueron recibidos, que dio en tierra con muchos bravos, no impidió el asalto. Colocadas las escalas, subieron por ellas y empezaron a disputar los muros a los defensores. A pesar de encontrarse un nuevo obstáculo que les impedía entrar, este fue derribado. Los moros, considerando el fuerte inconquistable, tenían en su interior a sus familias y efectos. En su desesperación, unos dieron muerte a sus familias y se precipitaron sobre las bayonetas de los atacantes, otros trataron de escapar saltando por el lado opuesto, pero se había dispuesto que esa zona fuera ocupada por la compañía del Segundo Ligero que se ocupó de capturar o dar muerte a los fugitivos. Muchos civiles murieron en la batalla y unos 150 piratas fueron capturados.
Cerca del fuerte principal, al otro lado de un espeso cocal, había otro fuerte que, en un reconocimiento hecho la víspera, nos había causado algunos heridos. Se ordenó al capitán Gregorio Bárcenas que corriese con su compañía de carabineros del Segundo Ligero por ver si, en la confusión, podía posesionarse de él, y lo consiguió con un solo herido, que lo fue por el único moro que hizo resistencia.
En el rudo combate de este día las pérdidas españolas fueron de consideración. Murió el capitán del Primero Ligero José María Ataide, y salieron heridos los dos ayudantes de campo del Capitán General, los capitanes Toribio Escalera y Luis Escario, un alabardero de la guardia, el teniente de infantería Manuel Robles, los subtenientes de la misma arma Francisco Gil y Jurado, Francisco Olaguer, Mariano Montilla y Antonio Gracia del Canto, el subteniente de carabineros de seguridad pública Joaquín Ortiz, y el capitán de ingenieros Emilio Bernáldez, en total 22 muertos, 183 heridos y 32 contusos. Las bajas del enemigo fueron 340 piratas muertos e incinerados.
Quedaba un único fuerte sin tomar. Los cautivos informaron cómo se podía llegar a él desde la costa sin ser visto. El día 21 se envió al coronel Peñaranda con la compañía del Primero Ligero y algunos zamboangueños para que desembarcasen en el punto indicado, reconociesen el terreno y tomaran el fuerte si fuera posible. Avanzaron con el agua hasta la cintura y lograron acercarse a él y sorprender a la guarnición que se hallaba merodeando fuera del fuerte, cargando repentinamente los hicieron huir sin darles tiempo a volver al fuerte y organizar la defensa.
Eliminada la resistencia, dos botes armados españoles y algunas embarcaciones de Zamboanga entraron en la isla por los canales y prendieron fuego a numerosas embarcaciones utilizadas por los piratas. También se procedió a devastar la isla, quemando más de 7.000 cocoteros, incendiar las aldeas y destruir los fuertes.
A pesar de que se desplegaron fuerzas navales sutiles alrededor de la isla, no pudo impedirse que algunos lograsen escapar a Joló y a las islas cercanas, sin embargo, la mayoría de los que habían buscado refugio en los manglares terminó muriendo de hambre o de sed.
Destruido todo lo que había en la isla, el día 25 las tropas españolas embarcaron con destino a Zamboanga, en el trayecto hicieron unas breves paradas en las islas de Tonquil y de Pilas para informar a los nativos del castigo infligido a Balanguingui.
El éxito de la expedición, que le valió al general Clavería La Cruz Laureada de San Fernando y los títulos de Conde de Manila y de Vizconde de Clavería, capturó artillería a los piratas, liberó a unos 250 cautivos y significó una seria advertencia a los piratas del archipiélago de Joló.
Los moros volvieron a la isla al año siguiente, pero el envío de una nueva expedición hizo que se rindieran sin ofrecer resistencia.
Joaquín de la Santa Cinta, Ingeniero aeronáutico, economista e historiador
Para saber más:
- Boletín Oficial del Ejército N.º 9 de 10 de mayo de 1848
- El Clamor Púbico, N.º 1217 de 4 de mayo de 1848
- Internet