A Pedro Martínez, el cura de Pozuelo, que hizo más por esta villa de lo que aparenta en el momento de decir adiós. Con el corazón
El domingo, pasado mañana, se nos va don Pedro Martínez, el cura de Pozuelo, después de ejercer su ministerio en la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora durante once años. Se nos va. Ha cumplido 75 años y tiene un viejo sueño esperándole en las tierras de Sigüenza. Caso cerrado.
Pero yo no quiero que se vaya sin rendirle un pequeño homenaje. Sin escribirle unas sencillas líneas. Creo que se lo merece. Su labor en esta villa ha significado un hito importante en la historia de la reconstruida parroquia de la Asunción de Nuestra Señora. Es así y así debe reconocérsele.
Hace once años, cuando vino a Pozuelo este viejo cura con mil tiros pegados en el alma, la Parroquia era otra cosa. No había evolucionado al mismo ritmo que evolucionaba la villa y necesitaba revivir. Talita Cumi.
La Iglesia mostraba todas las debilidades propias de una construcción de la postguerra y necesitaba una revisión completa: Su tejado corría peligro de hundimiento, había grietas en la torre, el atrio estaba abandonado y la casa parroquial necesitaba una reparación urgente. Una casa histórica, dicho sea de paso, ya que dicen los viejos del pueblo que en ella nació Rafael El Gallo. Y es verdad. Su madre veraneaba en Pozuelo y aquí nació. Luego se lo llevaron a Madrid y allí lo inscribieron. Importancia capital.
Cuando Pedro llegó a Pozuelo había que reparar también los salones parroquiales. Talita Cumi, de nuevo. Y los reparó. Contra viento y marea. No es maño pero lo parece. Firme en tierra firme, techó el patio central y acondicionó salones para reuniones de los grupos católicos más diversos.
En esos salones se puede uno encontrar matrimonios, jóvenes, sala de ensayos de la coral Ars Musicae o Cáritas Parroquial con reparto de ropa y comestibles sin mirar siquiera la religión de los que abren la mano. Los convirtió en algo útil para los fieles de la parroquia.
Pero este cura largo y seguido como un lápiz, impulsó la recuperación de una de las más bonitas tradiciones de Pozuelo: La Fiesta “Madre del Amor Hermoso” (popularmente conocida como Fiesta de las Viejas).
Pero sobre todo e, incluso, por encima de todo (sé que me lo personará, a él le gustan los pecadores) ha sido la restauración del archivo parroquial, en colaboración con la Asociación Cultural La Poza presidida entonces por doña Esperanza Morón, y la financiación del Ayuntamiento de Pozuelo.
En esta restauración se descubrió, por ejemplo, la existencia del más importante e insigne pozuelero de todos los tiempos: Francisco de Húmera, capellán de don Juan de Austria y del duque Alejandro Farnesio cuando éstos fueron gobernadores de los Países Bajos y que está enterrado en el suelo de la Iglesia de la Asunción.
Francisco de Húmera fue designado Protonotario Apostólico en abril del año 1586 siendo vicario general del ejército en los Países Bajos y administrador de los Hospitales Reales para los tercios en el período 1579-1590.
En Pozuelo, este Protonotario Apostólico fundó un pósito pío de trigo “para hacer bien a los pobres” y prestar a los jornaleros más necesitados de forma caritativa y desinteresada.
Ahora, don Pedro, se va. Ya. Y yo sé que se va con tristeza. Le gusta Pozuelo pese a que no le fue fácil ejercer su ministerio. Pedro no es mediático ni aguanta demasiado bien que quieran golpearle en la otra mejilla por el hecho de ser cura y eso le trajo problemas.
Pero pelillos a la mar, Pedro… Te vas a donde querías y con quien querías… ¿Qué más quieres?
Sit tibi vita levis
El Capitán Possuelo