Tribulete… si no sabes informar, ¿pa qué te metes?
Hace muy poco colgaba yo en mi Facebook una inútil protesta contra la supina ignorancia científica presente en los medios de comunicación que aún es norma casi general en nuestro país. La cosa venía a cuento de un programa de supuesta divulgación que yo explicaba tal que así:
“Es posible que yo me deprima con demasiada facilidad. Así me ha sucedido hace un rato viendo un reportaje de la Sexta presentado por un tal Jalis de la Serna, en la llamada Cúpula del Fin del Mundo, un reservorio de gemoplasma vegetal ubicado en el paraje ártico llamado Svalbard. Uno de los expertos residentes allá le está explicando al tal Jalis cómo el hielo más antiguo de las capas inferiores es de color azul intenso porque la presión de millones de toneladas de hielo durante milenios va expulsando el oxígeno, que es el que le otorga su tono blanco, y el tipo responde tan pancho: “Ah, sí, se va oxidando”. La verdad, para documentales potencialmente tan interesantes quizá habría sido mejor contratar a alguien con unos mínimos conocimientos científicos, o al menos que se prepare y se estudie los temas con antelación”.
Igualmente a lo largo del reportaje no se muestra con presión lo que Svalbard representa. Parece que esa instalación fuera un simple granero, cuando lo verdaderamente importante que se guarda ahí es la diversidad genética; son las variedades de cada planta comestible que a lo largo de su existencia mejor han sabido adaptarse a las condiciones ambientales más duras, ya sean sequías, plagas, fríos o calor extremos, etc. Si por alguna circunstancia, una de las especies que son actualmente la base de la alimentación humana -por ejemplo, arroz en oriente y trigo en occidente- desaparecieran a causa de una plaga, las que hay en Svalbard no servirían para comérselas, sino para volver a repoblar con ellas los campos de cultivo. Por poner un ejemplo, hace años la cosecha de café en Brasil sufrió grandes pérdidas a causa de una plaga. Hacía falta una especie que fuera inmune a ese organismo, y los especialistas se fueron a buscar una variedad primitiva de café que sólo crece en Etiopía y de la cual apenas encontraron unas pocas plantas. Si ese tesoro vegetal hubiera estado almacenado en la Cúpula, ahí tendríamos las variedades más fuertes, las que han sobrevivido durante siglos a las más duras condiciones, pero que los agricultores apenas cultivan porque las plantas que han ido cruzando durante años dan más rendimiento, suelen ser más hermosas a la vista y se pueden vender más caras. El problema mundial de los monocultivos, que habría podido explicarse siquiera brevemente en el reportaje al que nos referimos, en lugar de insistir tanto en el Cambio Climático, que ya nos han explicado miles de veces por activa y por pasiva, pero cuyo carácter apocalíptico asegura siempre una mayor audiencia.
No son los únicos. Hace no mucho, quien estas líneas escribe escuchaba la entrevista de una reportera a un experto sobre las emisiones de CO2, y ella, asustada, calificaba a este gas como “producto tóxico”. Si lo fuera, cabría haber aclarado a la atrevida periodista, estaríamos todos muertos, puesto que ese gas lo expulsamos los seres vivos en la respiración como uno de los productos generados por nuestro metabolismo.
Lástima que el escaso espacio de este artículo no permita narrar los cientos de meteduras de pata de los que este asombrado periodista ha sido testigo a lo largo de los años. Me gustaría recordar a una diva de la radio y la TV con la cual tuve el dudoso placer de colaborar, que en una entrevista que yo estaba realizado con motivo del XXX aniversario de la llegada del Hombre a la Luna a D. Luis Ruiz De Gopegui, que entonces era director de la Estación Espacial de Robledo de Chavela y representante en España de la NASA, de pronto, pensando quizá que la entrevista se estaba metiendo en derroteros excesivamente científicos metió su cuarto a espadas preguntando al doctor De Gopegui. “Profesor: ¿Y se puede saber por qué después de 30 años de aquella hazaña, no hemos vuelto a amenizar (sic) en ese planeta?” El científico carraspeó ligeramente, se ajustó los lentes y tras una leve pausa dijo de la forma más educada que pudo “Señorita: la Luna no es un planeta, es un satélite”. Yo ya sabía que mi querida presentadora no era un Premio Nobel, pero no que su ignorancia fuera tan supina como para ignorar cosas que se aprenden en la Enseñanza Primaria. De todos modos, siempre me quedó la duda de qué sería “amenizar” en un planeta. ¿Quizá inaugurar un parque de atracciones para solaz de los futuros selenitas?
Y ni mucho menos los presentadores son los únicos culpables de las imprecisiones científicas. Nadie puede olvidar el documental que en su día presentó el ex Vicepresidente de EEUU, Al Gore, a favor del Cambio Climático, titulado “Una verdad incómoda”. Incómoda sobre todo, porque en su mayoría lo expresado allá no era verdad y según el Tribunal Superior de Justicia de Londres, en sentencia del juez Michael Burton, la película contiene al menos nueve errores científicos al presentar “numerosas informaciones alarmistas y exageradas”. Y sobre todo, y más importante, reconoce que “es de todos sabido que no es una película científica, aunque está claro que se basa en investigaciones y opiniones de científicos, sino política”. La sentencia afirma, además, que “la visión apocalíptica” del filme es políticamente partidista y no un análisis imparcial de la ciencia del cambio climático”.
Así que, entre unos que no saben, y otros que no quieren saber, tenemos un panorama de rechupete.
Tribulete, Tribulete…
Abelardo Hernández