La homeopatía, esa curiosa medicina que ni cura, ni previene ni alivia enfermedades pero que es, sin duda, un gran negocio. De venta en Farmacias. Un artículo del Dr. Juan José Granizo
Cuenta el chiste que un pastor evangelista intentaba convencer a un labriego de la España profunda para que abrazara su fe. El agricultor le dijo al predicador: “No creo en la Iglesia Católica, que es la única verdadera, así que menos en la suya.”
Solo hay una Medicina verdadera, que es la que cura, previene y alivia las enfermedades. Lo demás es charlatanería. La única medicina que se aproxima a este ideal, es la medicina científica.
Los que seguimos sus preceptos somos tan escépticos con el método científico que cuestionamos sus resultados constantemente. A veces porque no lo aplicamos bien, a veces porque la gente no es de fiar.
Uno de mis profesores americanos me enseñaba un billete de dólar mientras me decía: “¿Ves lo que pone?: En Dios confiamos. A los demás, les pedimos pruebas”.
Leo en El País que 53 % de la población española cree en la homeopatía. Creer es un término correcto: afirmar sin pruebas objetivas. No es una creencia marginal, si no que muchos jóvenes con estudios universitarios creen que la homeopatía es eficaz.
Pero no es una ideología inofensiva. Hace unos días moría un niño en Italia por la complicaciones de una otitis media tratada solo con remedios homeopáticos.
La homeopatía es un sistema pseudocientífico creada por el alemán Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Al traducir un libro de Cullen, un médico escocés, que defendía el tratamiento de la malaria con corteza de quina, Hahnemann desconfiaba de la eficacia de ese tratamiento y decidió probarla a ver qué pasaba.
Inexplicablemente, padeció una reacción con síntomas similares a la malaria. Millones de personan han tomado corteza de quina sin padecer esta reacción, por lo que es sospechosa la veracidad del relato.
Pero, sobre este hecho, Hahnemann fundamentó su idea de que una sustancia que se administra a un sano produce una reacción similar a la enfermedad, podría permitir tratar esa enfermedad si se administra en dosis mínimas, diluyéndola. Es la teoría de que “lo similar cura lo similar”.
Con esto en la cabeza, ideó un sistema de tratamiento basado en diluir en agua o alcohol una sustancia y luego “dinamizarla” mediante una potente agitación para emplearla como medicamento.
Según él, la enfermedad está causada por un agente infeccioso llamado miasma. En una primera fase, la infección produciría síntomas locales y superficiales. Si la miasma no es controlada, entran profundamente en el organismo y causan enfermedades crónicas.
Si nos ponemos en el estado del conocimiento de esa época, esta idea de las miasmas tiene su gracia para algunas enfermedades infecciosas como la lepra, la tuberculosis o la sífilis, todas en alza en el siglo XIX, pero está complemente superada.
Hasta podemos admitir que, en algún caso, unas pocas bacterias puedan inmunizarnos o que una pequeña dosis de un alergeno a veces desensibiliza a un alérgico.
Pero su idea del tratamiento es sencillamente, imaginación. El mecanismo por el cual una sustancia química (medicamento, hormona o un mediador bioquímico) tienen efecto fisiológico le valieron el premio Nobel a Daniel Bovet en 1957.
Las células tienen receptores para algunas sustancias, que encajan en esos receptores como una llave en una cerradura. Si el receptor se activa se desencadena una respuesta celular, por ejemplo: dilatamos una arteria, lo que hace bajar la tensión arterial.
Una dosis baja de sustancia produce una respuesta imperceptible y una dosis demasiado alta no es efectiva porque hay un límite de receptores y una vez activados todos ya no hay más respuesta.
La idea de que diluyendo una sustancia supuestamente terapéutica se produce un efecto no tiene base molecular demostrable.
Es más, a veces, el “medicamento” está tan diluido que no es ni detectable en los análisis. Es decir, compra agua, eso sí, a precio de oro.
La razón de que esta sartenada de tonterías siga estando presente en nuestra sociedad es que hay médicos que siguen prescribiendo esto sin que se les retire la licencia, explotando la necesidad, el miedo y la ignorancia de sus pacientes.
Y para colmo, un Real Decreto, emitido sin ninguna base científica, permite la venta de productos homeopáticos en las farmacias. Es un buen negocio.
En mayo fallecía en Italia una criatura porque sus padres se obstinaron en mantener un tratamiento inútil y aparente inofensivo pero que impidió emplear una terapia verdaderamente efectiva. Se llamaba Francesco, tenía 7 años y una otitis bilateral. Una caja de amoxicilina le habría salvado la vida.
Cuando era residente, el pastor evangelista de los gitanos de Talavera les decía que si tenían fe no cogerían el SIDA y que sus niños no padecerían el sarampión. Por si acaso, las abuelas les ponían lazos rojos en la cuna, para ahuyentar los virus.
Todo esto les puede escandalizar, pero es igual de efectivo que la homeopatía.
Juan J. Granizo, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública