Micromachismos y macroestupideces, y que cada uno lo evalúe como le pete
¡Qué hartura! ¡Qué aburrimiento! No pasa un día sin que algún plasta en algún lugar del mundo se le ocurra decir algo en contra de los hombres. Y no hablamos ya de cosas serias, sino de auténticas chorradas. Y lo digo porque acabo de leer un artículo escrito por Miguel Ángel Bargueño en El País, titulado “Once gestos absurdamente masculinos”. Dos cualificados psicólogos cuales son Enrique García Huete y Timanfaya Hernández, se han dedicado a mirar con lupa lo que señalan como gestos típicamente masculinos, si bien para ser científicos de verdad, se podían haber metido donde les cupiera el calificativo de “absurdos”. Citémoslos, siquiera sea de pasada, y que cada uno lo evalúe como le pete.
La primera de tales absurdeces es algo que vemos todos los días, sobre todo en los espectáculos deportivos. Dos (o más) tíos se abrazan dándose fuertes palmadas en la espalda. Huete dice que sigifica que “estás demostrando tu fuerza, tu cariño, que quieres mucho a la otra persona, que eres su amigo, pero que eres muy macho como para expresarlo de una forma más delicada”.
Otro pecado es juguetear con las llaves del coche. No, no es por entretenerse con algo. “¿Qué sentido tiene alardear de ellas ondeándolas mientras entramos en un bar o esperamos a nuestros hijos a la puerta del colegio? Cuando lo hace un hombre joven quiere mostrar que tiene coche, un elemento discriminativo positivo”, opina García Huete. ¿En estos tiempos se puede presumir de coche aunque no sea un Ferrari? Bah.
Agárrate porque la siguiente sí que es de traca. Otro de los imperdonables pecados consiste en “sentarse con las piernas muy separadas”. “Uno no es un auténtico macho alfa -dice el articulista -si no se sienta despatarrado en el sofá o en el metro, bien cómodo y relajado. Quizá porque sabemos lo que un estudio de la Universidad de Arizona (EE UU) confirmó: que una postura relajada en mujeres se percibe como “informal”, mientras que en hombres se percibe como “dominante”. Ah, sí, una conclusión mundialmente famosa.
Y más: “Mantener Los pulgares en el bolsillo del vaquero”. “Es un clásico: los pulgares dentro del cinturón (o del bolsillo) los otros dedos apuntando a la zona genital. “Eso es exhibicionismo. Viene a decir: ‘Yo soy un señor y tengo aquí mi cosa”, asegura García Huete. Caramba, profesor. ¡Qué cosas tan raras hace usted!
¡Ah, bueno! Y también rascarse el mentón o la barba. La sesuda explicación nos dice que “El vello facial es un elemento de masculinidad: es lo que diferencia claramente a los hombres de las mujeres. Al rascarla o acariciarla lo que estamos es remarcando esa virilidad”. Así que si te pica la barba, no seas micromachista.
Hacer crujir los dedos. “Esto lo hemos heredado del hombre primitivo. Hay muchos vestigios ancestrales que, dependiendo del contexto o el medio, pueden reproducirse en mayor o menor medida. Hacer crujir los dedos, estirarlos y encogerlos o cerrar los puños son gestos previos a la pelea. Significan: ‘Estoy dispuesto a pelear”. ¡Pero qué belicosos somos!.
Curioso que califiquen como machismo el alzar las manos y chocar las palmas en el aire. En realidad este gesto, que hoy día hace todo el mundo, incluso los niños, tiene un origen carcelario. Cuando el preso y la persona que iba a visitarle no podían tocarse a través del cristal que los separa, debían limitarse a juntar las palmas con el vidrio de por medio.
Hay otras memeces que no merece la pena ni discutir: Remangarse el bañador, caminar con el “estilo Travolta” (?), poner los pies encima de la mesa (cosa que hacen con frecuencia aquellas personas que se les hinchan las piernas o tienen mala circulación sanguínea en las extremidades)… Y para rematar, saludarse exclamando “hola, crack”, “qué pasa, monstruo”.
La conclusión científica es muy clara. Dicen los psicólogos que todos ellos son “curiosos hábitos que pertenecen al campo de los estereotipos machistas y que igual habría que ir arrinconando”. Pero bueno, ¿qué clase de autoridad creen tener estos bobos?
En realidad a quienes habría que arrinconar es a la manada de imbéciles que han convertido en su divisa la crítica al hombre por el mero hecho de serlo. Y eso que, según comenta con razón uno de los lectores del artículo, en la relación “Se han olvidado del gesto más típicamente masculino, que sería el de reajustarse la entrepierna”.
Paciencia; es de esperar que todos estos memos guardianes de la moralidad y la corrección feminazi se acaben extinguiendo y nos dejen en paz de una puñetera vez abrazar como nos dé la gana, rascarnos la barba cuando nos pique (y cuando no, también) o sentarnos totalmente despatarrados siempre que no molestemos al vecino de asiento.
Y, eso sí: esperaremos con paciencia (la necesitaremos) la aparición de un próximo artículo que se titule “Once gestos absurdamente femeninos”. Esperemos sentados y despatarrados hasta que nos salga barba y nos la podamos rascar. La cosa va para largo.
Abelardo Hernández