Inglaterra nos deja solitos
Sí, de nuevo la Gran Bretaña deja “aislada” a Europa. No más lejos que la pasada semana, la Primera Ministra inglesa Theresa May entregaba a las autoridades de la UE la carta donde comunicaba la petición formal para la salida británica de la Unión Europea. Como la mayoría de los habitantes de los 27 (hasta entonces 28), yo acogí la noticia (ya cuando celebraron su referéndum) con cierta rabia despechada. “Ah, ¿qué pasa? ¿No somos buena compañía para la orgullosa y pérfida Albión? Pues que se vayan a hacer puñetas, cuanto antes mejor, y que no les permitamos volver ni aunque se arrepientan. Estaremos mejor sin ellos porque siempre han sido un freno para el proyecto europeo. Lo que deberíamos hacerles es ponerles las cosas lo más difícil posible, con los aranceles más altos y un boicot total a sus productos”. En ese mismo instante, me prometí a mí mismo que nunca me compraría un Rolls Royce.
Pero pasada la rabia inicial, al menos si hablo personalmente, me ha entrado una gran tristeza. Reconociendo todos sus numerosos defectos, durante su existencia, la UE nos ha brindado un largo tiempo de paz desconocido en épocas pasadas, un crecimiento indudable de nuestro nivel de bienestar y una gran serie de ventajas derivadas de la libre circulación de personas y capitales, así como una uniformización, por ejemplo, en las legislaciones sobre agricultura, medicamentos, política alimentaria, transportes, medio ambiente, etc.
En realidad, no es preciso que nadie les enseñe a los ingleses las ventajas de la unión. Son las mismas que la misma May ha evidenciado ante las amenazas secesionistas de Escocia, que pretende abandonar GB, llevándose su petróleo, naturalmente. “Unidos seremos más fuertes que separados”, “La unión hace la fuerza”, etc. Curioso comportamiento el de los políticos, que son capaces no ya de cambiar de chaqueta sino hasta de ropa interior cuando así conviene a sus intereses.
Y yo debo reconocer que, pese a lo mal que se han comportado con España, lo astuta y malévola que siempre ha sido la diplomacia de su Foreing Office, hay muchas cosas de ellos que no he tenido más remedio que admirar. Con la permanente ayuda de Google, yo he recordado infinidad de nombres ilustres que la Gran Bretaña ha aportado a Europa y al mundo. Científicos como Francis Bacon, Isaac Newton, Charles Darwin, Lord Kelvin, James Watt, Charles Babbage, Bertrand Rusell, Alan Touring, Francis Crick o James Watson. Escritores como William Shakespeare, Charles Dickens, Jane Austen, Oscar Wilde, Lord Byron, Virginia Wolf, J.H. Rowling, George Orwell, Arthur Conan Doyle, J.R.R. Tolkien, Walter Scott, Lewis Carroll, Aldous Huxley, Herman Melville, Agatha Christie, John Milton, G.K. Chesterton, Emily Brontë, Ken Follet, George Bernard Shaw o Robert Graves. Aventureros y exploradores como David Livingstone, Henry Morton Stanley, Ernest Henry Shackleton, George Mallory y Andrew Irvin, Sir Francis Drake, Sir Walter Raleigh, Henry Hudson, John Hanning Spekee, Richard Francis Burton o Henry Morton. Actores y actrices tales como Charles Chaplin, Lawrence Olivier, Cary Grant, Deborah Kerr, Vivien Leigh, Richard Burton, Sean Connery, Julie Andrews, Julie Christie, Vanessa Redgrave, Anthony Hopkins, Christian Bale, Liam Neeson, Colin Firth, Catherine Zeta-Jones, Hugh Grant, Emma Thompson o Daniel Craig. O cantantes como The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Clash, Sex Pistols, David Bowie, Elvis Costello, Led Zeppelin, Queen, Eric Clapton, Van Morrison, Pink Floyd, Elton John, Amy Winehouse, Freddy Mercury, Robbie Williams, Oasis, Rod Stewart, Bono, Cliff Richard, Tom Jones o Joe Cocker…
Y muchas más cosas. Siempre recordaré aquél chiste típicamente británico en el cual un atildado caballero viaja a bordo de un tren, en cuyo mismo departamento un grupo de amigos van contando historias y chascarrillos que mantienen una juerga permanente. Al cabo de unas horas de marcha y bastantes kilómetros de vía férrea recorridos, el señor se quita su bombín y, dirigiéndose al grupo de chistosos, les pregunta cortésmente: “Buenas tardes, caballeros. Mi nombre es J.L. Smith. ¿Les importaría a ustedes si yo me riera también?” Inconmensurables ingleses…
No es que nos vayamos a quedar sin ellos, claro que no. La historia es inapelable y no conoce la marcha atrás. E igualmente somos conscientes de la similar valía aportada por grandes personalidades en todas las áreas antes citadas del resto de los países europeos. Pero precisamente por eso, porque la permeabilidad y el intercambio entre nuestras distintas culturas es lo que ha llevado al Continente hasta el nivel que actualmente ostenta, es la mejor razón para que debamos promover y asegurar su unión. Tranquilos, que por mucho que nos quieran colar la idea de su futura decadencia, “los muertos que algunos quieren ver asesinados, aún gozan de buena salud”.
Así que no me entristeceré. Como creo que el único criterio válido para la supervivencia de un país o grupo de países es el grado de eficiencia en todas sus instituciones y realmente es la Unión la que hace la fuerza, sé que GB volverá al redil aunque les pese. O antes si Escocia sale arreando con su petróleo y la Unión se convierta en la Pequeña Bretaña. Mientras tanto me consolaré riéndome las tripas con la escritora Richmal Crompton y su tremendo “Guillermo el Proscrito” o tomaré unas vacaciones imaginarias en la isla griega de Corfú con “Mi familia y otros animales” del formidable Gerald Durrell.
All you need is love….
Abelardo Hernández