Mis cafés apócrifos con concejales de Pozuelo: Hoy, con Mónica García Molina, la concejala que se mira diariamente al espejo y se dice: ‘Tú sí que vales, nena’
Eran las nueve y media de la mañana. Y yo estaba sentada en una mesa en La Cruz Blanca. Había recibido un WhatsApp de ella. “Llegaré tarde. Discúlpame”.
No me molesté en contestar. Pensé que no leería mi respuesta. No debería hacerlo. En el coche desde Madrid hasta Pozuelo, no está bien eso de leer o utilizar el móvil. Así que decidí pedir un café con leche y un croissant. ¡Están tan buenos! Y esperar. Esperar a que la concejala llegara. ¿Llegará tarde siempre?
Media hora más tarde la vi entrar. Yo estaba al fondo. Pude observarla unos segundos antes de agitar mi mano para que me reconociera. Se quedó mirándome y se sorprendió. Vino hacia la mesa. Y empezó a reírse sin mucho sentido. “¿Eres tú?”. Yo sonreí ante ese gesto nervioso. Sonreí porque el modelito que llevaba ya había pasado de moda. Y sonreí porque decidió venir con su pelo natural. Con sus rizos. Con esa sonrisa de felicidad ¿impostada? Y, sonreí, porque íbamos a hablar de muchas cosas. También de ella.
Mónica aceptó mi café. Y yo se lo agradezco. Llevaban razón aquellos que me dijeron que ella quiere caer bien a todos, hasta a los que la critican. Y es capaz de pactar hasta con el mismo diablo por seguir viviendo de esto. Y esta vez el diablo era una pobre costurera. Es decir, yo.
Y así empezó nuestro café. O podría haber empezado así. “No me gustas nada, Mónica”, le dije. Pero, “reconozco tu valentía al aceptar este café conmigo. Y te doy las gracias por ello”. Fueron 40 minutos intensos y más intensos fueron los minutos posteriores. Yo rompiéndome la cabeza intentando sacar una conclusión. No sé si pretendió venderme algo o si finalmente me lo vendió. Pero estoy segura que mereció la pena alterar el orden y dejar a Ángel o Pablo Gil para otro momento.
“No te gusto porque no me conoces”. Esa fue su respuesta. Es una mujer que está feliz de serlo. Encantada consigo misma. La envidio. Ella se mira al espejo y se dice diariamente, “Tú sí que vales, nena”. Su autoestima está por encima de la media. Y eso la hace diferente. Y esa respuesta me mantuvo enganchada a una expectativa de conversación que se diluyó como el azúcar en mi café. Según la iba removiendo, según yo iba preguntando, mi esperanza de haber fallado en mi opinión sobre ella, desapareció. Es una pena.
Mónica me narró su llegada a Pozuelo. Por supuesto, nada que ver con lo que me contaron desde la calle Génova. La realidad de esta concejala está bastante alejada de lo que sucedió. Así se lo hice ver. Y me dijo que mis informadores estaban equivocados. Pasemos a otra cosa. Ella era una “pelota oficial de Jesús Sepúlveda”, ¿cómo consiguió mantenerse hasta ahora?
La concejala me respondió que ella nunca hizo la pelota a Jesús. Es más, que casi no tenía relación ni con él ni con la que era su pareja. Que todo eso eran cotilleos falsos. Que sufrió mucho en aquella época y que al principio nadie la creyó. Pero que pronto se dieron cuenta, ¡gracias a Dios!, que ella estaba limpia como la patena.
Me sorprendió cada una de sus palabras pues Maite me juró y perjuró que siempre la veía con Jesús Sepúlveda y con quien fue su jefe de Gabinete. No recordamos su nombre. Pero la imagen de ella siempre corriendo detrás, me cuenta Maite, aún la tengo en mi retina.
Así que, como de su pasado poco o nada podía convencerme, decidí abrir la puerta al presente y el futuro. Y quise saber por qué después de estar viviendo de Pozuelo casi 15 años, no había decidido venir a vivir aquí. “¿No te gusta nuestro pueblo, Mónica?”.
Silencio. Y empezó a reírse sin sentido. Una vez más. “Sira, por favor, no publiques esta pregunta”. Y no me contestó. Pero lo siento Mónica. Hay muchos concejales, como tú, que necesitan GPS para moverse por Pozuelo. Y eso es bochornoso. Y su respuesta fue: “Yo ya no lo necesito. Estaría bueno que después de tantos años lo necesitara”. Y llevaba razón.
Mónica quiso derivar la conversación en la poca calidad de la oposición pozuelera o “pozueleña” no conocía bien el gentilicio de Pozuelo, pero daba igual. Y me reivindicó un mayor apoyo a la cultura de mi pueblo. Porque era muy necesario. Y me aseguró que ella lo está dando todo por este pueblo y no comprende las críticas hacia ella.
Casi aparece una lágrima por su ojo derecho. Me fijé bien. ¡Sólo iba a llorar por un ojo!
El café fue agradable. Lo reconozco. Y también he de reconocer que no es tonta la madrileña. Puede que no tenga formación, pero es astuta, es lista y sabe manejar sus tiempos. La suerte que ha tenido Mónica es que siempre se ha topado con jefes mucho más inocentes que ella misma. Por eso se mantiene. Por eso prescindieron de ella en la Asamblea de Madrid, aunque por todo lo contrario.
Su lema es “no me mojo” y así nunca me pillan. La funambulista. Me reconoció que le hizo gracia el “cuento”, y que se siente identificada. “Pero no digas nada, Sira”.
Mónica García Molina aceptó el reto de tomar café conmigo… o quizás me lo he imaginado. Quizás fui solo testigo de otra conversación en la mesa de al lado. Quizás esto sucedió hace meses o la semana pasada.
Quizás la crítica a su Alcaldesa fue tan evidente que tuvo que mirar a ambos lados y bajar la voz. Puede que su autoestima sea tan alta como sus aspiraciones. Pero de lo que estoy segura es que jamás imaginará que todo esto es real.
Porque en la vida que vivimos, querida Mónica, todo se sabe. Y yo ya sé más de ti. Y tu mucho menos de mí.
Sira Q.