¡Adelante, hombre del 600!
Este año, 2017, cumple 60 años uno de los iconos más populares de este país: El Seat 600. Conocido popularmente como “el Seílla”, o “el Seiscientillos” bien puede decirse que aunque no fue el primer coche que se produjo en España, sí resultó ser el más popular y el que nos permitió a infinidad de individuos de clase media, iniciar el proceso de motorización hispánico, al igual que sucediera en Alemania con el VW “escarabajo”.
No vamos a reproducir aquí todas las características de este pequeño héroe que en su momento nos transportó a todas partes ni muy cómodamente ni con excesiva rapidez, pero al echar la vista atrás es inevitable recordar sus características, algunas de las cuales, recordadas a través del tiempo, resultan dignas de alabanza mientras que otras sólo nos evocan una cierta sonrisa.
Era nuestro cacharrito un automóvil duro, simple en la conducción y en su mantenimiento. Con aquél volante enorme que siempre ocasionaba que nuestros codos se golpearan contra la puerta, que abría en sentido contrario a la marcha, por lo cual se corría el riesgo de que si se abría un poco, el viento causado por la velocidad abriera completamente la puerta con grave riesgo para el conductor, motivo por el cual fueron denominadas “las puertas suicidas”. Recordamos también los pequeños y duros asientos que en combinación con una no menos dura suspensión y con unas carreteras de firmes bastante bacheados nos hacían castañetear los dientes aunque no hiciera frío.
¿Frío? Si algo no había que temer con el 600 es que hiciera frío. No porque su calefacción fuera un prodigio de eficiencia, sino porque a su pobre y esforzado motor de 25 CV jamás le sobró (es un eufemismo) refrigeración. Los calentones que sufría el cochecito todos los recordamos como memorables. Si se me permite el recuerdo personal, diré que no se me borra de la memoria un larguísimo (o eso parecía) recorrido por aquellas estrechas y viradas carreteras pirenaicas en las cercanías de Andorra. Incluso contando con el tremendo ruido de aquel motor, de vez en cuando se podía escuchar cómo hervía el agua del circuito de refrigeración, momento en el cual se hacía necesario parar, esperar que aquello se enfriara, en cuyo momento se reiniciaba la marcha… hasta el siguiente hervor. Cierto, es posible también que parte de la culpa de semejante esfuerzo la tuviera la numerosa tripulación que a veces se embarcaba en los Seiscientillos. Oficialmente, el Seat estaba previsto para cuatro pasajeros… pero no era raro verlos con alguno, o algunos más a bordo. (Papá, mamá, los niños, la querida suegra, y a veces la regordeta tia Pepa). Se los detectaba rápido porque era fácil ver algún brazo o alguna cabeza sobresaliendo al exterior.
Obviamente, cuando el número de personas a transportar era elevado, ni pensar en que el más mínimo equipaje se pudiera albergar en el interior. Menos aún en un hueco piadosamente llamado maletero situado en la parte delantera, donde sólo cabía uno de esos macutos en forma de salchicha que llevaban los marinos. Es entonces cuando se imponía la heroica adición de una baca. Milagrosamente en aquellas barras metálicas sujetas al techo del utilitario se han visto transportar más de una y más de dos maletas de respetable tamaño… que más valía sujetar sólidamente si no se quería que durante la marcha se cayeran o se abrieran y su contenido resultara generosamente esparcido a lo largo de muchos metros de carretera.
Pese a todo, nuestro pequeñajo tenía ventajas, aparte de la más destacada, que fue darnos libertad de movimientos durante muchos años. Por ejemplo, su sencilla mecánica permitía que muchos usuarios, incluso sin conocimientos específicos, se atrevieran a meterle mano para emprender reparaciones, siempre que no fueran no demasiado complicadas. Más de uno y más de dos lijábamos y aproximábamos los electrodos de las bujías (en lugar de comprar un juego nuevo), y lo mismo hacíamos con los platinos del distribuidor. Obviamente, aprendíamos enseguida a cambiar la correa del ventilador (su talón de Aquiles) pues cada dos por tres saltaba por los aires, por cuya razón todos llevábamos una correa nueva en previsión de que se produjera aquella avería.
¡Ah, y además podíamos tunearlo con facilidad! Los más deportivos nos hacíamos la ilusión de que si le colocábamos un nuevo juego de colectores, con dos grandes y relucientes tubos de escape, y pegábamos sobre la carrocería una cinta de plástico ajedrezada, tipo “racing”, la aceleración aumentaría de modo fulgurante, y lo mismo la velocidad punta (que salvo cuesta abajo no sobrepasaba los 90 km/h. aunque algunos presumían de haber alcanzado los 110 km/h). En realidad lo único que aumentaba era el ruido que producían aquellos llamativos escapes y los cabreos de los vecinos cuando metíamos dos buenos acelerones… pero como es bien sabido, la fe obra milagros.
Un cariñoso recuerdo para ti, mi querido Seat 600-D (¡un respeto!) color azul Capri. No me importa confesar que se me escaparon unas lagrimillas cuando te fui a dar de baja. Porque nunca me dejaste tirado en ninguna parte, y porque lo asocio a una de las épocas más felices de mi vida, cuando mis hijos pequeños y yo cantábamos hasta desgañitarnos por aquellas carreteras de mala muerte que nos conducían hasta el destino que eligiéramos.
¡Hasta te perdono que tu consumo nunca bajara de los 10 litros a los 100 km.! Si eso no es amor, ya me dirás tú qué es…
Abelardo Hernández.