¿Qué sucede tras la muerte?
Probablemente, si hay algún tema sobre el que todos los seres humanos nos hayamos preguntado alguna vez, es sin duda éste. No voy a entrar en las innumerables teorías que se han esgrimido desde la noche de los tiempos sobre qué pueda significar trasponer ese umbral hacia el Más Allá o hacia la Nada, pero sí quería hablar hoy sobre una persona que dedicó los esfuerzos de toda una vida a indagar sobre ello y, lo que es más importante, a aliviar el sufrimiento: la doctora Elizabeth Kübler-Ross.
Como sucede en casi todos los personajes que tratan temas trascendentes, la polémica relativa a Kübler-Ross es doble: por un lado la incógnita de la posible supervivencia más allá de la muerte, y por otro el tratar de aclarar si la doctora realmente dijo la verdad en sus múltiples experiencias, o si únicamente fue uno de esos innumerables vividores que se aprovechó de ese universal miedo a nuestra extinción total.
De todos modos a ella, Psiquiatra y Doctora Honoris Causa por 28 Universidades, le debemos la clasificación, aceptada prácticamente por la psicología, de las etapas que se sufre ante el anuncio de una enfermedad terminal: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación. Y también un encomiable espíritu de servicio que se tradujo en toda una serie de atenciones y cuidados hacia las personas que se hallaban al borde de la muerte, sobre todo los niños.
Quizá mostró tanto su amor hacia ellos porque de niña no pareció haber recibido demasiado. Según un aterrador suceso que cuenta: “A mis padres eventualmente yo los rechazaba y desviaba mi amor hacia unas mascotas de conejitos que tenía. De vez en cuando, mi papá me pedía que llevara alguno de mis conejitos a la carnicería ya que a él le gustaba la carne de conejo, así que una vez hecho su trabajo, yo tenía que cargar con mi mascota adentro de una bolsa, cortada en pedazos. Finalmente, tuve a mi conejo favorito, negro; ese sobrevivió hasta que un día mi papá me pidió que lo sacrificara. Lo liberé de su jaula y traté de que huyera, pero como me quería mucho, no lo hizo, así que tuve que llevarlo al carnicero, quien al finalizar su trabajo me dijo “lástima que maté a éste, era coneja y estaba preñada. Sus conejitos nacerían la próxima semana”. Cuando ella quiso revivir aquél episodio largamente reprimido, confesó muchos años más tarde: “después de 8 horas de llanto y hablar con mis amigos, pude vaciar un mar de negatividad que me remontó a mi infancia.”
Quizá por eso sea admirable, y porque así me lo parece lo transcribo, la forma en que Kübler-Ross piensa que se debe criar a los niños que se hallan en esa difícil situación: “Tenemos que transformar nuestros asilos en centros de amor y cariño, donde la única remuneración que se reciba sea la de mimar a un niño hasta que muera. No comprándole juguetes, sino poniéndolo en el regazo, contándole cuentos de hadas, o aquellos que hayan conocido cuando ustedes eran niños; acariciándolos, tocándolos, cantando con ellos, contándoles historias del pasado, que algunos llaman “de los buenos tiempos”. Y esos niños comenzarán sus vidas aprendiendo un amor sin condiciones, por parte de las personas ancianas. Lo que ellos hacen por los ancianos para prevenir la vejez, la amargura y la senilidad prematura, es tocarle las arrugas. A ellos les encantan las arrugas, y si los ancianos tienen barba que les pinche las manos, les gusta más aún. Esto es un beneficio mutuo. Las personas ancianas también necesitan ser tocadas, besadas y abrazadas.” ¿Se puede decir con más ternura?
Ni qué decir tiene que la concepción espiritual que manifiesta esta mujer es muy similar a la de muchas confesiones religiosas. “La vida física es una escuela, donde venimos a aprender a dar y a recibir. Y cuando lo hemos hecho debemos prometer enseñar. Entonces no podemos recibir. La muerte es el examen final de nuestra graduación. Usted tiene que saber eso. Una vez que lo sepa tiene que creerlo. No basta con que lo sepan. Es ahí, cuando se da el salto cuántico hacia la espiritualidad. Esto es sólo el comienzo de todo lo que va a suceder.”
Sus detractores alegan que existe una gran diferencia entre las dos mitades de su vida y de su obra. Y si bien respetan la primera, creen que en una segunda etapa, Kübler-Ross perdió el norte estableciendo contactos y alimentando testimonios de médiums poco fiables. Algunos piensan que simplemente, su afán de creer en la trascendencia más allá de la vida, la trastornó totalmente. Otros van más allá, y la clasifican dentro de esa caterva de estafadores que se nutren del dolor, del miedo y de la esperanza humanas.
Es posible, pero algunas de las palabras que pronunció parecen bastante incompatibles con la forma en que ella decía entender su profesión: “Había una época en que la medicina consistía en sanar, no en hacer negocio. Tiene que adoptar esa misión nuevamente. Los médicos, enfermeros e investigadores deben reconocer que son el corazón de la humanidad, así como los clérigos son su alma. Su prioridad debería consistir en atender a sus semejantes, sean ricos, pobres, negros, blancos, amarillos o morenos. En la vida después de la muerte, todos escuchan la misma pregunta: “¿Cuánto servicio has prestado? ¿Has hecho algo para ayudar?”
Si esperamos hasta entonces para contestar, será demasiado tarde.
Sea o no tarde, ¿por qué no empezamos a ayudar ya mismo?
Abelardo Hernández