Abajo la televisión basura
Sí, imagino que por el título muchos podrían pensar que de nuevo voy a tratar el tema de esa programación televisiva que basada en los cotilleos sobre la vida -preferentemente la vida sexual- de esos entes de cartón piedra que llamamos “celebrities”.
Pero no. No voy a citar casos concretos, no porque tema crearme enemistades, sino porque todas las cadenas tienen numerosos ejemplos de tal subespecie de programación.
¿Por qué la denomino de una forma tan despectiva? Pues porque creo que ellos, en cierta forma, también desprecian y subestiman al público haciéndonos tragar unos programas que parecen confeccionados para gentes tan simples como ellos.
Sólo hay una razón poderosa que subyace tras estas chorradas. Son muy baratas de producir y llenan amplios horarios. Estoy pensando, por ejemplo, en varios programas clónicos que, básicamente consisten en enviar a un reportero equipado con su cámara, que recorre el mundo buscando personas oriundas de ciudades o autonomías españolas para que nos cuenten cómo es su vida en ese país. Por lo general, el personaje en cuestión nos narra unos cuantos detalles de su vida allá y enseguida se lanza a una larga y documentada disertación sobre el entorno, la historia y lo monumentos de la ciudad, mientras el entrevistador de turno apenas aporta algo más que unos sorprendidos “Ahhhhh” y “Ohhhh”. A través de algunas pequeñas pifias que se les escapan, se nota perfectamente que el presentador no suele tener ni la más remota idea acerca del lugar donde se encuentra. Razón por la cual, también nos quedamos sin saber si la información que nos larga el entrevistado es correcta o no. De lo que sí solemos enterarnos es de los datos económicos de todo, cuanto más lujoso mejor. “Y un apartamento en esta zona residencial, ¿cuánto costaría?”. “¿Y una noche de habitación en este hotel?” ¿Y un curso de esa universidad? “¿Cuál es tu sueldo? Y el de tu marido?” Eso sí, todo sembrado de risas y de carcajadas como tributo de todos al necesario divertimento.
Hay una variación de este tipo de programas, que consiste en enviar al reportero a todas partes sin excepción, ya sea a la vendimia, a la cosecha de la patata, al mercadillo popular, a la pesca del cangrejo u otros eventos que por parecidos entre sí, pronto empiezan a resultar repetitivos.
Otra alternativa es el envío del aguerrido reportero a zonas que resultan un riesgo para él, ya sea porque le coloquen en situaciones de conflicto armado o de supervivencia, ya sea desnudo, vestido o equipado como un marine en campaña. Raro será que a lo largo de su espacio no repita cien o doscientas veces el peligro mortal que está corriendo en aquellos parajes repletos de crueles tigres, de profundas simas y precipicios, de traicioneros pantanos, o hielos eternos, de hambrientos cocodrilos o de venenosas serpientes. Y muy raro será que no se luzca, no se sabe si gracias a su tremendo valor o a su notable estupidez, agarrando la cabeza con las manos (y sin guantes) de alguna cobra real, mamba negra o algún otro bichito similar. Lo que nadie nos suele contar son los problemas del cámara, que atraviesa por los mismos dificultosos andurriales que nuestro héroe, y encima tiene que cargar con su pesado equipo óptico.
La tercera posibilidad de gastar poco y ganar mucho la constituyen esos superexperimentados “corros de la patata”. La receta es más simple que las del Arguiñano. Se elige a un grupo de personas -que en algunos casos son periodistas y en otros se auto conceden tal título- y se los sienta en semicírculo de forma que todos puedan intercambiar con los demás sus sesudas opiniones. Sí, opiniones y rara vez informaciones. Esas están sólo al alcance de unos pocos privilegiados que, a veces, hasta tienen detrás el respaldo de una redacción. Personajes que ya son casi como de nuestra familia, porque solemos ver a los mismos en todas la cadenas, a todas las horas, y tratando con solvencia los más variados asuntos que mente humana pueda concebir.
¿Y ya está? Sí, ya está. Porque no importa la temática general que les sirva de sustento. Pueden ser las celebérrimas tertulias del corazón (“¿Por qué lo llaman amor cuando deberían llamarlo sexo?”). O puede tratarse de un debate político donde presenciaremos de todo menos neutralidad y objetividad, pese a que cada programa se esfuerce en mostrar su talante democrático invitando también a personas de ideología contraria a la de la cadena, si bien los elegidos para tal misión se caracterizan por ser unos peculiares personajes cuyas intervenciones resultan tan patéticas que se suelen descalificar por sí mismas.
Y no podemos cerrar estas líneas sin hacer mención a los últimamente muy repetidos espacios donde, en aras una vez más de la economía de medios, se comentan las gracias que los famosos van soltando airosamente en la TV o en las redes, o se muestran los vídeos virales más “graciosos” o más tiernos llenos de perritos, de gatitos, de tortuguitas o de bebecitos que pretenden rompernos el corazón en mayor medida de lo que ya lo tenemos.
En fin, también en este apartado desearíamos que también 2017 fuera mejor que el 2016. Pero, mira por donde, no me lo creo…
Abelardo Hernández