Los más indefensos del mundo
“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”. Lo dijo Albert Einstein, y a fe que por mucha Relatividad que exista, ésta es una verdad absoluta.
Y son infelices porque están indefensos. Pese a que con frecuencia los hemos llamado “Los reyes de la casa”, todos pertenecen a la subcasta de vasallos del poder adulto, el cual hace y deshace a su voluntad, consciente de las nulas fuerzas que esas criaturitas pueden desplegar para defenderse de nosotros.
Los ataques comienzan muy pronto, cuando al bichito humano crece en el vientre materno y aún no le hemos concedido el indulto de considerarlo persona. Más indefenso, imposible. Es aún un amasijo de unas cuantas células que ni siquiera puede defenderse esgrimiendo una de esas irresistibles sonrisas de bebé. De quienes abortan el 88,9% lo hace a petición propia, sin aducir otro motivo. ¿Para qué, si nadie exige explicaciones? Porque me da la gana, y ya. El Estado soy yo, que dijo aquél. En 25 años los casi dos millones de ciudadanos suprimidos del censo han contribuido a deformar la pirámide poblacional (bobos, si no tenéis hijos, ¿quiénes queréis que paguen vuestras pensiones?) y a amasar un beneficio para cierta sanidad de más de 1.000 millones de euros. E incluso eso es un lujo. Porque algunos son cuidadosamente envasados al vacío, aún vivos, y depositados en algún contenedor de basura. ¡Qué práctico! Gasto= cero.
Pero bueno. Muchos se libran de la quema y logran sobrevivir. Los menos, esos niños nuestros mimados y consentidos hasta la médula. Benditos ellos, porque no saben lo que tienen la suerte de disfrutar. Otros muchos, incluso en nuestros desarrollados países, pasan hambre (¡HAMBRE!) y tienen que ser atendidos en comedores para personas desfavorecidas. Algunos -sí, y no estamos en la época victoriana- son explotados laboralmente incluso por sus propias familias. Ni que decir tiene que muchos, muchísimos (por pocos que sean, siempre son muchísimos) no tienen acceso a la educación, lo cual les condena a toda una vida sin salir del ghetto en que nacieron. A la mierda el mito de la igualdad de oportunidades. Y son pegados, maltratados, humillados y absolutamente anulados como personas.
Pues aun así, casi podría decirse que gozan de oportunidades que en el Tercer Mundo resultan inimaginables. Estas criaturas no pasan hambre. MUEREN de hambre y otras deficiencias alimentarias. Bueno, y de frío, y de mil enfermedades infecciosas. Y por increíble que parezca, mueren como niños-soldados en los frentes de infinitas guerras, y huyendo por miles de los conflictos creados por sus mayores, y mueren apaleados, y violados, y en innumerables lugares sembrados de minas y sacrificados cargados con sus bombas-mochila sin ni siquiera saber por qué se sacrifican.
Y basta ya de pesadilla. Por fortuna, el mundo no está solamente habitado por halcones. También hay palomas, mensajeras de paz, de fraternidad, de compasión y sí, de amor verdadero. Por primera vez en la historia de la Humanidad, mucha gente se preocupa de lo que sucede en los otros extremos del mundo. Y llora sin poder contener las jodidas lágrimas cuando ve esas caritas que sabios fotógrafos nos retratan en esos niños cuyas pupilas reflejan un horror más allá de toda descripción. Sí, los conocidos se llaman ONGs. Están UNICEF, y Save The Children, y Aldeas Infantiles, y muchas más, que no por exhibir un número menor de socios son menos dignos de toda nuestra gratitud.
Pero todas esas organizaciones nada podrían hacer sin la buena gente que aparta un poquito de sus economías cuando se acuerda de los niños. Y por qué no, me da la gana citar a otras organizaciones benéficas dependientes de bancos o entidades financieras y comerciales que suman ingentes cantidades de dinero para los niños. Me importa un pito qué papel desempeñen en esos donativos los posibles beneficios fiscales. Igual los felicito con toda el alma, pues al final cumplen los mismos objetivos que la viejita que aporta unos pocos euros que detrae de su escasa pensión. Benditos sean todos.
Casi se me olvida. Todo esto viene a cuento de que el 20 de noviembre se celebró el Día Internacional de los Derechos del Niño. Tampoco importa el atraso en la cita, pues el fin último por el cual debemos luchar es que los otros 364 días también sean por y para los niños.
Adelante, héroes cotidianos.
Abelardo Hernández