El Blas Fridei
Llegó y pasó el famoso viernes negro, y con él esas migraciones humanas en masa hacia los centros comerciales, de una tremenda cantidad de población ansiosa por llegar a su destino. Por su cantidad, quizá bien podríamos compararla a la impresionante migración anual de los ñus en el Masai Mara.
Con la obvia diferencia de que mientras las mayores preocupaciones de los herbívoros son conseguir unos modestos objetivos como son llegar a alcanzar zonas de pastos frescos y abundantes y no caer en manos de los mil depredadores que aguardan su paso relamiéndose ante el inminente banquete, la meta de las manadas de consumidores que asaltan los comercios es comprar, comprar y comprar, eso sí vigilando también a los depredadores que inventaron el día para devorarles sus ahorros y sus tarjetas de crédito.
Qué cosa da, ¿no? Sólo que a las personas se nos aplique también el sobrenombre de “consumidores” ya provoca un cierto vahído orwelliano. Ya no somos personas, ni individuos ni siquiera ciudadanos. Para esta gigantesca fábrica en que se ha convertido el mundo, sólo existe esta subespecie del Homo Habilis, que es el (discúlpese el neologismo) Homo Consumidoris.
Pues sí, pasó el Blas Fridei, como dice el cartel de un mercadillo en la simpática página web que adjunto al final, estableciendo nuevos récords de ventas que en EEUU seguramente sobrepasarán los 64.000 millones de dólares. En España, donde aún el invento es joven, pero en rápido crecimiento, asciende a unos 1.700 millones de euros. Y para qué hablar de esas imágenes que, tanto en esa fecha como en las navideñas nos muestran a miles de personas agolpándose, empujando, peleando, matándose casi por encontrar la ganga que verdaderamente necesitan o la última estupidez tecnológica superflua.
Y como ya te he contado la parte mala de la noticia, ahora le toca a la buena. ¿Y por qué y en qué me parece bueno todo esto de los consumos masivos?
Pues porque lo creo un increíble elemento uniformizador y pacificador. Es evidente que, prácticamente a nivel mundial, el consumismo se ha convertido, no ya en un elemento más de nuestras vidas, sino casi en una forma de vida por sí misma. Pero echemos un momento la vista atrás, a los años 50 y 60 del siglo pasado. Se había creado una verdadera psicosis sobre esos arsenales nucleares norteamericanos y soviéticos que de un momento a otro podrían detonar sobre nuestras cabezas. Hasta los futurólogos de la Rand Corporation habían imaginado el escenario de una supuesta guerra atómica entre Norteamérica y China
Bueno, pues no detonaron. Y aunque las relaciones entre ambas superpotencias tampoco es que sean un camino de rosas, tú hoy puedes leer una noticia que te anuncia cómo un astronauta norteamericano ha ascendido a la Estación Espacial Internacional a bordo de un cohete ruso Soyuz. ¿Podría mañana mismo liarse una guerra entre Rusia y EEUU? No hay nada imposible, pero las probabilidades han descendido notablemente. ¿Por qué? Muy simple, porque uno no destruye a la gallina de los huevos de oro, o sea a sus propios clientes. Y lo mismo le sucedería a China. O a la UE. Mira que me dan grima las cifras, pero en números redondos pensemos que mientras Rusia vende al mundo productos por un valor superior a 306.758 millones de euros y compra 174.932,0 M.€ China vende como 2.050.427 M.€, y compra 1.515.954,0 M.€. Finalmente la zona Euro vende aproximadamente 2.040.000 M.€ y compra 1.800.000 M.€. Y luego están los demás, el resto. Pero estos son los ricachones que antaño fueron enemigos mortales. ¿Hay quien piense que serían capaces de esquilmar sus propios negocios?.
Siempre recuerdo una anécdota que surgió con la caída del Muro de Berlín, el cual recordaréis fue demolido en la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989, 28 años después de su levantamiento como frontera entre las dos Alemanias. Un benévolo grupo de berlineses occidentales había preparado una gran acogida a los por fin liberados hermanos de la Alemania comunista. Banderas, estandartes, flores, himnos y bandas de música llegaron ante el recién derribado muro con unos minutos de retraso respecto al horario previsto… Y ya no encontraron a nadie. Los espabilados hermanos orientales habían salido corriendo a los comercios del Berlín occidental para llenar los maleteros de sus Trabant y sus Wartburg de todas las ansiadas mercancías occidentales tanto tiempo y tan ardientemente deseadas. No fueron a buscar los textos políticos prohibidos por la dictadura del líder Erich Honecker, sino los vaqueros Levi’s 501, los preciosos relojes Rolex o las plumas Mont Blanc. Por ejemplo. Algo similar a lo que sucedería si trasladamos el caso a Cuba, ahora que está de actualidad.
Si os habéis percatado de por dónde voy, no os extrañará mi pronóstico, tan absurdamente simple como real. Las feroces dictaduras, las pobrezas causadas por líderes tiránicos e ignorantes, e incluso los radicalismos y los integrismos religiosos, serán vencidos no por tanques, acorazados, misiles de largo alcance o sofisticadas armas láser. Acaso por primera vez en la historia, los vencidos abren la puerta a los vencedores para comprarles sus baratijas.
Pues siempre hemos imaginado al guerrero vencedor como un personaje flaco, de ojos brillantes y dientes aguzados. Un ejemplar lobuno, oscuro y salvaje. Pero, con todos sus mil defectos y su bobaliconería congénita, quien vencerá a los malos será ese gordo bonachón que se muere (Oh, sí, no podría soportar) por carecer del último Smartphone que hasta tiene lector de la huella de su pie.
Y si no, al tiempo.
Señoras, señores, niños y mediopensionistas. Pasen y vean, que el gran circo del consumo ya está enseñándonos sus mil baratijas.
Eso, al Blas Fridei.
http://blogs.publico.es/strambotic/2016/11/blas-friday/
Abelardo Hernández