La poligamia llega a Europa
En realidad lo que llegan son personas para las cuales dicha relación familiar no es solo aceptable, sino incluso deseable. Quizá el ejemplo más llamativo estaría representado por un hombre sirio que pretende asentarse en Dinamarca con una prole representada por tres esposas y nada menos que veinte hijos.
El caballero en cuestión se llama Daham Al Hasán, y al parecer hace dos años huyó al país nórdico, y después solicitó que se llevara a cabo el reagrupamiento familiar. Curiosamente, las leyes danesas que le han autorizado a traer a Europa a una de sus esposas y a ocho de sus hijos, permite que se reúnan con él otros nueve vástagos, pero no a sus dos restantes esposas, pues el hecho chocaría frontalmente con la negativa legal del país a autorizar la poligamia. En todo caso, los abogados del sirio quieren conseguir el mismo efecto mediante una triquiñuela legal, como sería que, una vez los chicos se hallen en el país, solicitar el reagrupamiento permitiendo que los hijos puedan estar en compañía de sus madres.
El suceso presenta unos flecos interesantes pues el bueno de Daham Al Hasán sí desea fervientemente la compañía de su más que numerosa familia… pero no mantenerla. Dicha ingrata labor debería ser cumplida por el sufrido contribuyente danés, pues el pobrecito refugiado afirma que está tan enfermo que le resulta imposible trabajar, ni tan siquiera aprender danés. Pese al sanote aspecto que muestra en sus fotos, afirma quejosamente: “No sólo tengo problemas psicológicos, sino también físicos, porque me duelen la espalda y las piernas”. Según dice, sufre una enfermedad psicológica causada porque extraña muchísimo a los hijos que dejó atrás en Siria.
Datos fiables señalan que podrían existir unos 20.000 matrimonios polígamos en Gran Bretaña. En Francia, el mínimo calculado en 2006 era de unos 20.000. Y en 2012 se aseguraba que, solo en Berlín, el 30 % de los árabes estaban casados con más de una mujer.
Y si se vulneran las leyes que prohíben la poligamia, también sucede con las relaciones que se mantienen con mujeres legalmente menores de edad. La tolerancia para con los pedófilos, llamémoslos “legales” se refleja muy bien en algunos principios establecidos en ciertos escritos del ayatolah Jomeinim, máxima autoridad religiosa (y civil) en Irán desde 1979 hasta su muerte: “El hombre puede casarse con una niña menor de 9 años, incluso si la niña toma aún el pecho. Sin embargo, el hombre no puede realizar el coito con una niña menor de 9 años. Otros actos sexuales como caricias, frotamientos, besos y sodomía están permitidos. Si el hombre realiza el coito con una niña menor de 9 años, no comete delito si esta no queda dañada permanentemente”.
Cierto que una sola golondrina no hace verano, ni tampoco el caso protagonizado por este tipo de gente representa el complejo y dramático panorama de la emigración masiva proveniente del Cercano Oriente, que está repleta de personas desplazadas que huyen desesperadamente de la guerra, del hambre, de la tortura y de la muerte de ellos y de sus familias.
Pero casos semejantes si servirían como argumento para no practicar esa política indiscriminada de “puertas abiertas” que están provocando también una invasión de indeseables y de cuyos efectos más tarde o más temprano seguramente tendremos que arrepentirnos. Estamos ante el conocido efecto de la demagogia que impide examinar caso por caso la circunstancia personal de cada cual, dando así albergue a miles de personas -y eso sin hablar de posibles terroristas- cuyo choque cultural con nuestra tan diferente sociedad es inevitable.
Las oleadas de refugiados presentan en su casi totalidad una curiosa característica: Sólo quieren ser admitidos en los países nórdicos, incluyendo Alemania y la Gran Bretaña. Recuerdo haber visto en televisión hace no mucho un reportaje donde se decía que, en uno de los países bálticos tenían una cuota prevista para alojar a unas 3.000 personas… Pero sólo lo habían solicitado treinta y tantos… “Para trabajar en un país con sueldos parecidos al nuestro, no vale la pena emigrar”, decía uno de los entrevistados.
Y no acaban aquí los problemas de (des) integración. Y desde luego también se están vulnerando leyes más importantes que la que impide la bigamia. Este pasado verano un grupo de seis musulmanes irrumpió en una piscina nudista de Geldern, Alemania, al grito de “Alá es grande” y calificando como “putas” a las mujeres que se estaban bañando. El concepto que tienen de la mujer occidental ha hecho que, por ejemplo a comienzos de este año, se produjeron noventa denuncias de mujeres víctimas de agresiones sexuales durante la Nochevieja en las cercanías de la estación ferroviaria de Colonia, según informó la policía local, a cargo de unos mil inmigrantes: “Entre varios me sujetaban los brazos por la espalda y cinco más me tocaban. Me quedé paralizada por el terror”, atestigua una de las víctimas.
Y, con ser gravísimo, no es esto lo peor. Lo peor es que solo en países como los nórdicos se puede producir un caso como el de una chica que denunció haber sido violada, pero sólo más tarde reconoció que el hecho fue protagonizado por un musulmán. Y lo hizo porque en algunas de esas naciones no puedes permitirte señalar a una de estas personas como autor de un acto ilegal, so pena de verte acusado de racismo o xenofobia, acusación que en ciertos casos puede llevarte incluso a perder tu reputación social y tu trabajo. Así las cosas, no parece que tan desdichada situación vaya a remediarse, al menos a corto plazo.
Me importa un pito si suena xenófobo. Pero la única solución que veo se basa en la postura de algunos representantes del gobierno australiano, como su ministro del Tesoro, Peter Costello, quien advirtió a los inmigrantes que las leyes del país habían sido democráticamente establecidas por el parlamento: “Si aquellos no son sus valores, si ustedes quieren un país con ley Sharia o un estado teocrático, entonces Australia no es para ustedes”. El ministro de Educación, Brendan Nelson, dijo “Básicamente, aquellos que no quieran ser australianos, o que no quieran vivir con valores australianos y entenderlos, entonces, deberían irse”. Y, como colofón, las palabras del Primer Ministro, John Howard, quien se mostró directo y sin tapujos ni medias tintas: “Los inmigrantes deben adaptarse. Tómenlo o déjenlo. Estoy harto de que esta nación se preocupe de si ofende a algún individuo o a su cultura.”
Y eso que Australia es una nación tradicionalmente receptora de inmigrantes y modelo de integración… Pero con matices, queridos. Con matices.
Abelardo Hernández