Pozuelo de Alarcón, los reconocimientos son para disfrutarlos en vida
Nuestra historia, es la historia de un país cainita y torticero que lleva su ejemplo al juego de las calles, realmente, del cambio de nombre de las mismas. Incluye especial aderezo, además, cuando se incorporan los nombramientos de hijos predilectos; siempre que el susodicho cambie de bando, opinión o posición, ¡faltaría más! Lo convertimos en canalla, desdiciendo lo anterior (que se lo digan al Sr. Espada, como ejemplo de tantos…) pasando a Non Grata y retirándole lo otorgado con las consiguientes dosis de facha, fascista (nunca confundir con las de totalitario, comunista que son democráticas y progresistas…, ¡por favor!, para muestra, el reciente nombramiento como hijo predilecto en una villa gallega del actual sátrapa cubano).
Aquí, en nuestro Pozuelo vital, tras diecinueve años y por la puerta de al lado, conseguimos dedicarle una calle a la única persona en España que fue capaz de aunarnos y unirnos a todos tras su asesinato, bueno, a todos, realmente no, pero el llamado Espíritu de Ermua consiguió trasladarnos a un estado de simbiosis colectiva en el que fuimos capaces de mirarnos buscando lo mejor de cada uno de nosotros (duró, lo que duró pero esa es otra historia ), posiblemente, por primera vez tras la confrontación Civil que tan presente sigue estando, hoy, tras ochenta años. La realidad es que Miguel Ángel no la pudo ver.
Vienen estos comentarios a colación, buscando, por una vez, la oportunidad de procurar las satisfacciones y los reconocimientos en contemporaneidad con el agraciado para que pueda disfrutar del evento y de los momentos que los mismos conlleven. Poderlos compartir con los suyos o, sencillamente, solazarse del reconocimiento otorgado fruto del mérito a su trabajo bien hecho.
En estas fechas veraniegas en las que el deporte nos hace trasnochar desde la Carioca feliz y deslumbrante, muchos de nuestros compatriotas nos trasladan y nos hace compartir la felicidad de una última brazada, de un triple sobre la bocina o de un revés cruzado…, los sentimos como propios y ellos, a más de ocho mil kilómetros, sienten el ánimo y el aliento de todo un país que los empuja y los ayuda a un esfuerzo mayor para alcanzar un mejor resultado.
Seguramente ese es el verdadero espíritu olímpico: todos y cada uno de los deportistas que nos representan como país, llevan un poco de cada uno de nosotros, sencillamente, que los hace mejores.
Y es aquí donde quiero despertar el interés de nuestros mandatarios locales, ahora que ya sabemos que la ciudad funciona con y sin ellos, para que encuentren entre todos los que allí han estado, al menos uno, que pueda ser símbolo permanente para todos del recuerdo y del esfuerzo de defender nuestra bandera – deportivamente – y en forma de calle, plaza o avenida suponga memoria permanente de lo allí realizado.
Podría valer, incluso, nuestro flamante abanderado… Sr. Ulecia y, al menos, por una vez podríamos caminar juntos con la Oposición.
Sin duda, merece la pena intentarlo.
A. Nogueiro