Soñando con un Pozuelo mejor, que es posible. Un artículo del pozuelero Francisco Moreno
El pasado jueves volvía a media tarde de visitar a una vecina que se recupera de un ictus en un hospital de la sierra y, al entrar en Pozuelo, constaté que la rotonda de la M-503 que no está soterrada, que es la de la carretera de Boadilla, tenía importantes retenciones tanto en dirección a Madrid, como en dirección a Majadahonda, y también en las dos perpendiculares.
No pude menos que recordar un Pleno de la legislatura pasada, en el que el Gobierno municipal votó en contra de impulsar ese soterramiento y, especialmente, las palabras del concejal del ramo, que alardeó de haber comprobado personalmente que la obra no era necesaria.
Es verdad que los cientos de vehículos (probablemente cerca de un millar) retenidos seguramente estaban ocupados por personas que no asistieron al Pleno en cuestión y, por tanto, no tendrían ocasión de enviar un cariñoso recuerdo al político que tan mal hizo su trabajo.
Al llegar a casa, me dio por soñar despierto en una Administración Local en la que los concejales no mientan ni engañen y, que si lo hacen, deban dejar su cargo inmediatamente.
Un Pozuelo cuyo Gobierno Local actuaría en favor de los vecinos, a quienes se debe, y no en virtud de intereses o ideologías partidistas.
En eso estaba, cuando me vino a la cabeza, quién sabe por qué extraña asociación de ideas, la recalificación de suelo realizada con la excusa del aparcamiento de la Estación y que, entre otras cosas, no era necesaria, pues el uso de aparcamiento es compatible con el que tenía la parcela, y que, además. ha beneficiado sólo a un propietario, en perjuicio de los demás de la misma manzana, entre ellos los del edificio de viviendas más antiguo de Pozuelo.
La ensoñación acabó de forma abrupta. Pero me trajo un recuerdo.
Hubo un pozuelero (descansa en nuestro cementerio, así que de alguna manera sigue siendo pozuelero) que creyó que los cargos públicos no mentían. Se llamaba Karl y nació en el Reino de Prusia cuando aún le faltaba al siglo XIX su recta final. Todos le llamábamos Carlos.
Entre las muchas cosas que acertó a hacer bien, está el que conociera y se casara con una murciana y que ambos se fueran de España en el 36 y de Alemania en el 39. Con una Gran Guerra había tenido suficiente y a él le había tocado ya la del 14.
También fue un acierto que, teniendo la oportunidad en 1940 de invertir sus pocos ahorros, los destinase a comprar unas hectáreas de terreno en Pozuelo, que entonces trataba de recuperarse de la devastación de la Guerra Civil.
A finales de los 60, ya jubilado, pensó que era hora de dejar de sembrar garbanzos y cereal, así que fue a preguntar al Ayuntamiento qué podía hacerse en esos terrenos y le respondieron, muy amablemente, que seguir sembrando garbanzos.
Desde su casa se podían ver, en la cercana Madrid, los bosques de grúas del primer gran salto adelante del mercado inmobiliario y pensó que tarde o temprano su parcela valdría algo.
Adoptó la costumbre de ir cada año al Ayuntamiento, a preguntar, y como buen prusiano que era no faltó ninguno.
Hasta que un año, tras recibir la respuesta consabida de que podía seguir labrándolo porque su suelo no era urbanizable, el amable responsable municipal que le atendía le propuso encontrarle un comprador, que le pagaría unas pesetas por ese suelo que no valía nada, como “favor personal”.
Carlos vendió casi todo el terreno, excepto su casita y la huerta anexa.
Ese año no se cultivaron garbanzos, sino asfalto, porque el encintado de las calles empezó antes incluso de que llegara la época de la siembra.
Carlos se fiaba de las personas que, por su cargo, tenían la obligación de velar por los intereses de los vecinos.
Cuando tales personas traicionan su obligación, deberían irse. A su casa o a la cárcel, dependiendo de las circunstancias.
Claro que, de ser así, las listas electorales deberían tener más de dos suplentes, porque igual algunos partidos políticos se quedaban cortos mucho antes de terminar la legislatura.
Francisco Moreno