Podemos aspira a sustituir al PSOE en el bipartidismo español aunque no crean en la democracia. Su “democracia participativa” es una camisa de fuerza
En vida sólo conocí los gobiernos de monarquías absolutas, la verdad, y pensaba que más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer. Aún con los reinados tan poco afortunados que me tocó vivir me parecía que, comparados con la Revolución en Francia, eran gloria pura. Que la libertad, la igualdad y la fraternidad estaban muy bien pero que perdonaba el golpe por el coscorrón.
No había más que ver cómo habían terminado los gabachos, cortándose las cabezas los unos a los otros, Rey incluido, para después de tanto sufrimiento, acabar aceptando a un militar bajito y soberbio que, renegando de los reyes, se “autocoronó” emperador ¡Ahí queda eso!
Pues lo dicho, que a mí lo del absolutismo no me parecía ni bien ni mal, era lo que había. Desde luego que me hubiera gustado poder elegir. La verdad es que ni Carlos IV ni su hijo Fernando me gustaban, pero no estaba dispuesta a que llegara un extranjero a decirnos cómo vivir y a ponernos por rey a un forastero, por muy Bonaparte que fuera. Unos cuantos que pensábamos así salimos a la calle y el resto ya es Historia.
Pero bueno, una vez instalada ya aquí, en la eternidad, he visto pasar muchos gobiernos. El regreso de Fernando, el Liberalismo, otra vez el absolutismo, el turnismo, la República, la Guerra Civil, otro militar bajito y ¡por fin! la democracia.
¡La democracia! Un invento maravilloso. Un hombre un voto. Que cada hombre y cada mujer pudieran decidir, al margen de su formación, de su género y de su condición social a quién querían para que les gobernara me pareció el invento del siglo.
Y para llegar hasta ese momento España fue un ejemplo de entrega, renuncias, generosidad y altruismo después de una terrible guerra fratricida y una dictadura en la que tantos tuvieron que huir o resignarse a renunciar a sus creencias y a su ideología, y todos a la Libertad con mayúsculas.
Yo desde aquí lo viví todo, y como española, durante el proceso me sentí tan orgullosa como aquel mayo de 1808. Hicimos una Constitución en la que cabíamos todos y 38 años después esto parecía completamente consolidado.
Pero, últimamente, resulta que ya la Democracia no parece convencer por sí misma, y aparece peligrosamente acompañada por adjetivos que algunos utilizan con la excusa de mejorarla.
Así, es frecuente ahora oír hablar de “democracia real”, “democracia participativa”, “calidad de la democracia” o “regeneración democrática”, pervirtiendo así su esencia. Porque yo creo que hay conceptos que acompañados de adjetivos se adulteran.
Uno no puede, por ejemplo, poner adjetivos al Holocausto o al Renacimiento.
A la democracia tampoco. Democracia es democracia, ni más ni menos. Es el derecho de los ciudadanos a elegir sus gobernantes. En definitiva, la soberanía del pueblo, sin más zarandajas.
Estoy convencida que lo que buscan quienes la “adornan” con adjetivos es contaminarla con objetivos espurios y perversos.
Los principales promotores de esta corriente revisionista son los nuevos partidos, pero principalmente Podemos y sus alrededores que han instrumentalizado como nadie el movimiento del 15-M que por estas fechas cumple 5 años.
Como estoy en un sitio privilegiado para observar y he visto ya tantas cosas desde aquí, déjenme que les advierta de estos populismos de “todo por el pueblo”.
Da la sensación oyéndoles de que, antes de ellos, la democracia estaba embargada y en manos de dos siniestros partidos políticos PP y PSOE y que los ciudadanos, que eran unos memos recalcitrantes, les votaban poco menos que abducidos por vaya usted a saber qué razón. Tanto es así que el líder máximo de la formación, Pablo Iglesias, que se autollama “coleta morada”, comparó sin mayor empacho el turnismo de la España de la Restauración, en el que el Rey decidía por sus “santos” quién iba a gobernar, con el bipartidismo democrático votado por todos los españoles cada 4 años o menos.
Verdades como ésta son las que nos cuentan Pablo Iglesias y su tropa convenientemente adoctrinada y presta a asaltar el poder. Porque no se engañen, eso es lo que quieren, el poder. Quieren ser eso que tanto dicen que detestan: políticos poderosos.
Desde luego los dos grandes partidos no son inocentes de esta situación. Todo lo contrario.
Los años de prosperidad hicieron que las dos formaciones políticas que habían gobernado hasta entonces se lanzasen a una carrera desenfrenada por proporcionar a los ciudadanos unos derechos materiales que dieron en llamar “Estado del Bienestar” y que, por supuesto, han resultado insostenibles.
Esos derechos (educación gratuita, sanidad universal, pensiones no contributivas y vivienda, entre otros) no había que hacer nada por merecerlos, lo que en la práctica ha dado como resultado una sociedad irresponsable y también irreflexiva, que cree que por el hecho de haber nacido merece tener todo sin que le cueste ni esfuerzo ni dinero.
La diversidad de legislación española y la competición por el poder llevó al PSOE y al PP a la multiplicación de esos derechos que, lógicamente, han sido racionalizados a la fuerza ante el colapso de la economía, provocado en gran parte por esa fiesta presupuestaria sin medida.
Pero lo cierto es que, en el proceso, hemos creado una generación que está convencida (porque así se lo hicimos creer) que tiene derecho a todos esas cosas y que los gobiernos, tanto del PP como del PSOE les están estafando.
Podemos y sus secuaces les reafirman en ello día tras día, convenciéndoles además de que el bipartidismo ha vaciado las arcas del Estado y que la corrupción que han practicado los políticos de estas dos formaciones, a las que llaman sin empacho “la casta”, es la culpable de los recortes que han tenido que realizarse los últimos años.
Coleta morada y su pandilla saben bien que esto es mentira pero han sabido aprovechar como nadie el descontento de las masas que no quieren renunciar a esos derechos materiales bajo ningún concepto.
Lo que yo me pregunto es ¿Dónde nos llevan? Revoluciones como la suya las hemos visto en otros países con resultados terribles; Cuba, Venezuela, Bolivia. Ninguno de ellos se caracteriza por la “calidad democrática” que ellos pregonan.
Ponen en cuestión todo lo que se ha hecho hasta ahora, revisando instituciones, poderes y organizaciones, siempre con la cantinela de que los dos grandes partidos nos han estado estafando.
Quieren llegar a las instituciones, me temo que para hacerlas saltar desde dentro (la prueba la tienen en sus fórmulas de juramento en ayuntamientos y parlamentos regionales y nacionales). ¿Y luego qué? Yo preferiría que no llegáramos a saberlo. A lo largo de toda la historia nunca este tipo de revoluciones llevó al pueblo a la prosperidad. Piénsenlo, ni una.
Pero han conseguido poner contra las cuerdas al PSOE y al PP, aunque ahora quieran pactar con el Partido Socialista que, por cierto, llevaba en el gobierno 7 años cuando movimiento 15M llegó a su máximo apogeo.
Sé que los dirigentes de Podemos saben que lo que prometen no podrán cumplirlo. Su estrategia es revolucionaria y alimenta el descontento de la gente mostrándole a los culpables de que no puedan tener todo aquello a lo que creen tener derecho. Utilizarán ese descontento para llegar al poder y si no seguirán diciendo aquello de “no nos representan” despreciando la auténtica soberanía popular que es el resultado de las urnas.
Si llegaran al poder, no tendrán más remedio que aplicar las políticas de recorte y austeridad que les marcará la Unión Europea. Qué le pregunten sino al camarada griego Tsipras que ha tenido que plegarse a la realidad para poder mantenerse en el cargo.
No quiero que gobiernen, pero si así fuera me gustaría saber qué van a decirle a la gente cuando defrauden sus expectativas. Creo que por eso necesitan al PSOE. Saben que sólo pueden aspirar a consolidarse ocupando uno de los dos espacios del bipartidismo que dicen detestar. La otra opción sería convertirnos en Venezuela a la que alaban sin un ápice de pudor. Espero que no se atrevan a tanto.
Acatarán el resultado que salga de las urnas si les sirve a sus propósitos, sino seguirán con su matraca de “no nos representan” y volveremos a oír hablar de “democracia real” o “democracia participativa” pero no se engañen, una vez oí decir a alguien sabio que la diferencia entre democracia y “democracia participativa” es la misma que hay entre camisa y camisa de fuerza.
Manuela Malasaña