El aforamiento de los políticos no es exactamente lo que nos ha contado ‘Ciudadanos’ en su afán revisionista. No lo es. Ni mucho menos
Anda, que tanto y tanto oír hablar de aforados y yo convencida de que se referían a nosotros, a los madrileños. Sí, sí “los del foro”. En mi época, los castizos, a los de Madrid nos llamaban así, “los del foro”.
Madrid era entonces, como ahora, donde se cocía todo. Todas las decisiones políticas, económicas e históricas de España pasaban por aquí. Siendo así, supongo que a algún agudo cronista, le dio por comparar a Madrid con el Foro Romano en su época imperial cuando era el centro del mundo.
Así que yo, inocente, creí que los aforados, por derivación, éramos los madrileños. Vamos, convencida estaba que yo era una aforada.
Por eso no entendía esas voces iracundas exigiendo el fin de los aforamientos. Pero, mira por donde, resulta que no, que no era eso. Que ser aforado no es ser “del foro”. Que resulta que es otra cosa.
Y me puse a investigar. Leí, busqué documentación, antecedentes y le dediqué tiempo a enterarme del asunto. Estar muerta es lo que tiene, la eternidad te deja mucho tiempo por delante…
A ver, les cuento, el aforamiento consiste en que si tienes un determinado cargo público y se te acusa de un delito, no te juzga el mismo tribunal que si eres un ciudadano de a pie, sino un tribunal superior.
Así dicho y sin profundizar esto parecería, sino una injusticia, sí un cierto trato de favor. Vamos, un privilegio de toda la vida.
Yo creo que ha sido lo del privilegio lo que ha desencadenado el terremoto y la animosidad contra la figura del aforado. Y ha desatado, siguiendo la moda de la política irreflexiva que sufrimos, la carrera desenfrenada contra el aforamiento, como si se tratara de la peste negra.
Y me dirán ustedes: para irreflexiva tú, Manuela, que te lanzaste contra el francés sin más armas que unas tijeras. Pues es verdad. Pero yo luché por lo que de verdad vale la pena: la Libertad y la Dignidad y ya les aviso que ni se me ha pasado ni se me va a pasar. Pienso seguir así por los siglos de los siglos, incluso si las tijeras se me quedan romas.
Pero veamos, lo primero que conviene dejar claro es que aforamiento no es impunidad. Nadie dejará de ser juzgado por cometer un delito por el hecho de estar aforado.
Es imprescindible aclarar este punto, porque parecería escuchando a algunos que el aforado, haga lo que haga, no será juzgado ni condenado y eso es falso de toda falsedad.
Existe un gran desconocimiento sobre el tema. Desconocimiento que, sin duda alguna, es interesado.
La convulsa situación política que vivimos ha convertido en deporte nacional el linchamiento al político en todas sus modalidades y ha hecho que la figura del aforado se perciba como un privilegio de gente indecente que ha llegado a ser diputado o senador con el único objetivo de delinquir.
Pero hagamos un poco de historia. El origen del aforamiento se remonta a la Edad Media inglesa cuando se reconoce la libertad de expresión y la libertad de reunión de los parlamentarios frente al poder del Rey.
También en la Revolución Francesa se proclama la inviolabilidad parlamentaria, aunque luego fueran los primeros en saltársela creando el siniestro Comité de Salud Pública, pero esa es otra historia.
En España, desde 1810, probablemente por la influencia francesa que había calado mucho en la época aunque me duela decirlo, porque como saben a mí los gabachos no me gustaban un pelo, se recoge en nuestra legislación una protección similar.
Conviene también aclarar que el aforamiento no se establece en interés de la persona sino del ejercicio del cargo. Es decir, no se protege al individuo en cuestión, se protege la función que ejerce.
Y qué quieren que les diga, parece lógico que algunos cargos no queden a merced de venganzas políticas. Una realidad que, desgraciadamente, es muy frecuente hoy por hoy, donde la batalla “ideológica” se da más en los tribunales que en los parlamentos.
En cualquier caso, es cierto que la figura del aforado se entiende, a día de hoy, como un privilegio profundamente injusto, que rompe el principio de igualdad de todos ante la Ley.
Pero aclaremos algunos extremos: En España se calcula que hay alrededor de 18.000 aforados ¿son todos políticos? Seguramente la gran mayoría de ciudadanos dirán que sí, porque así se lo han hecho creer. Pero la realidad es bien distinta: sólo 2.000 lo son.
¿Quiénes son, entonces, el resto? Pues, además del presidente y los consejeros del Tribunal de Cuentas y del Consejo de Estado y el Defensor del Pueblo, el resto son: 5.000 jueces y magistrados, 2.400 fiscales y 7.000 jueces de paz. Y hasta completar la cifra de 18.000, los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Es decir, que la mayor parte de esa figura perversa que fomenta la desigualdad de los ciudadanos ante la Ley, no son los políticos sino los jueces.
¿No les parece asombroso que nadie hable de este tema? Resulta que para aquellos en quienes está en sus manos el impartir justicia, no se discuten los supuestos privilegios ante la Ley. Francamente curioso. Probablemente la Justicia española merezca capítulo aparte. Prometo ponerme a ello.
Es de justicia aclarar también que, aunque parece que las garantías al ser juzgado por un tribunal superior al común pudieran suponer algún beneficio, no es menos cierto que los aforados pierden una instancia de apelación que sí que tienen el resto de los mortales.
En fin y resumiendo: sí, creo que hay que revisar el régimen de aforamientos, pero hay que hacerlo con rigor, con seriedad, sin buscar el titular facilón de venta de imagen, analizando en profundidad cuáles serán las consecuencias de las decisiones que se tomen y desde luego no estigmatizando de manera sectaria a ningún colectivo, o al menos, tratando por igual a todos ellos.
¡Ah! Y no me resisto, el gran promotor de eliminar todos los aforamientos, eso sí, seguro que después de haber hecho un profundo y sesudo estudio sobre el tema, como nos tienen acostumbrados, ha sido el partido de Ciudadanos.
Pues miren, ayer mismo la prensa informaba sobre que “Una diputada de Ciudadanos de Madrid hace uso del aforamiento tras recibir una querella”. ¡Ahí es nada!
Me encanta la coherencia, el rigor, la responsabilidad y la solidez de “la nueva política”. Buf ¡Menos mal que han llegado ellos! ¡Qué iba a ser si no de nuestra pobre España!
Manuela Malasaña