¡Los libros a la hoguera!
Ni caso. Este título sólo pretende llamar la atención sobre un tema tan importante como la decadencia del libro. Quizá ya no necesitemos un Hitler o al bombero Montag de Farenheit 451, porque parece que ya los libros se nos están muriendo por pura inanición de sus autores.
Al menos si hacemos caso a unas cifras como las que nos brinda Pepa Roma en su magnífico artículo “Escritores, del ‘glamour’ a la indigencia”, publicado en Cronicaglobal.com. “Antes de la crisis había ocho o nueve escritores en España que vendían más de 100.000 ejemplares, alguno incluso podía pasar de los 250.000, y ahora no hay más de cuatro y ninguno pasa de los 100.000”. Motivo por el cual, sigue diciendo Roma que “de entre todos los colectivos de profesionales independientes, probablemente el más afectado por la crisis ha sido el del escritor, lo que hace que algunos se llamen a sí mismos “los nuevos pobres”.
La sempiterna crisis económica, desde luego, ha tenido una penosa incidencia sobre el mundo editorial. Además de la difícil transición que hace años se está llevando a cabo entre el libro de papel y el ebook, no podemos olvidar esa gracia tan nuestra (ostentamos el triste record de ser uno de los países más transgresores de la propiedad intelectual del mundo) que nos lleva a piratear todo tipo de material visual, escrito o musical y, por supuesto, el libro. Así, nos dice Pepa, “El mercado editorial ha caído en los últimos ocho o nueve años un 40%, al tiempo que la piratería ha crecido en más de un 100%, solo en los dos últimos años”.
Visto lo cual, quizá no sería un mal ejercicio intelectual y ético que cada vez que descargamos de Internet un libro digital, pensáramos en que estamos contribuyendo a arruinar, no ya a los poderosos sellos editoriales, sino a unos profesionales que, en la mayoría de los casos, no tienen otra forma de ganarse los garbanzos.
Pero si el libro agoniza no será por falta de escritores, todo lo contrario. Roma nos asegura que en la actualidad “más y más españoles sueñan con hacerse escritores; según algunas encuestas, uno de cada diez ciudadanos aspira a publicar. Pero el único negocio realmente boyante relacionado con la literatura es el que se ha creado alimentando a esa aspiración”. De modo y manera que en los últimos dos años el número de plataformas de autoedición ha crecido más de un 80%. Esos, esos son quienes están aprovechando una de las caras del mito de la igualdad: “Anda, si ese ha escrito un libro, ¿Por qué no yo?”. Bueno, también ayudan a cumplir un deseo: poder regalar a los familiares y amigos “nuestro” libro, el cual por sí solo demuestra bien a las claras que YA somos escritores.
Otro varapalo considerable se lo han llevado escritores ya jubilados cuyos beneficios económicos sobrepasen anualmente el salario mínimo interprofesional. Así que ya sabes: si ganas más de 9.000 euros escribiendo, Hacienda cae sobre ti, pobre escritorzuelo, cual ave de presa dispuesta a rapiñar una pasta gansa que en otros casos no se atreve ni a fiscalizar. Resultado final: O te quedas sin pensión de jubilación (por la cual, naturalmente, tributaste en su momento), o te meten una multa de bastantes miles de euros que te crujen irremediablemente. Y es pertinente recordar que, como se suele hacer comparándonos con nuestros vecinos europeos (cuando conviene), resulta que, ni los escritores ni otros creadores artísticos en el Viejo Continente son víctimas de tan injustas actuaciones.
De todos modos, estoy seguro de que tan pesimistas reflexiones no van a desanimar ni a uno solo de los escritores en ciernes que día a día satisfacen su vicio solitario a quienes, ciertamente les encantaría ser leídos… Pero que no escriben para eso, sino porque si no lo hicieran reventarían, o se morirían de pena, o les daría alguna extraña clase de pataleta. No obstante, para que mi conciencia quede tranquila, incluyo una frase de un escritor y periodista rebelde donde los hubiera:
“Terrible y triste cosa me parece escribir lo que no ha de ser leído”.
Don Mariano José de Larra… ¡Qué pena produce darse cuenta de que en muchos terrenos, es como si no hubieran pasado tres siglos por este erial cultural que (algunos) llamamos España.
Abelardo Hernández.