Buenismo frente a terrorismo
Existe en prácticamente toda la Europa Occidental, y por supuesto en España, una ola de lo que ha venido en llamarse “buenismo” en relación a la guerra que mantenemos contra el Daesh. Personalmente no sé cuál es la mejor táctica para enfrentarse a ellos. Es posible que la guerra indiscriminada no porque en ella siempre caerán inocentes que nada tienen que ver con el conflicto. Pero tampoco la habitual vía civilizada del diálogo. Sabido es que cualquier tipo de fanatismo, ya sea religioso o político deja convertidas a las personas en los animales que más tiempo resisten sin pensar racionalmente.
En el diálogo se supone que se produce un intercambio de opiniones en ambos sentidos. Pero a los extremistas no les importa tu opinión. Es más: resulta dudoso que sus dañados cerebros puedan escuchar, y menos aún asimilar tus argumentos. Y si no me crees, trata de discutir con alguno de esos sectarios que se autodenominan parte del Cristianismo y que periódicamente llaman a la puerta de tu casa para inculcarte sus estúpidos principios. Paciente, incluso cortésmente es posible que te dejen hablar (un puntito a su favor) pero en cuanto acaben de hacerlo soltarán su espiche sin responder ni a una sola de las cuestiones por ti planteadas. No obstante, si les cierras la puerta en las narices, como suele ser lo habitual, se van pacíficamente sin tocarte ni un solo pelo.
No es el caso del enemigo al que nos enfrentamos ahora. Todos hemos visto fotografías de esos asesinatos inmisericordes que llevan a cabo los yihadistas, no ya sobre los enemigos que les combaten, sino contra cualquiera que se oponga a sus principios. Y yo últimamente he tenido la santa paciencia, o masoquismo, o llámese como se quiera, de ver completos algunos de esos espantosos vídeos.
Y si tú después de leer esto me acusas por no haberte avisado de que mi escrito podía herir tu sensibilidad, pues amigo, ajo y agua, porque poca cosa es tu sensibilidad herida frente a las heridas de verdad que estas personas (?) causan a algunos de sus semejantes.
Yo, como tú, he leído que degüellan a sus víctimas. Pero entérate de que no es un degüello limpio, sino más parecido a la matanza de un cerdo, pues eso somos para ellos. Con tremendos cuchillos tipo Rambo, literalmente sierran la garganta de sus víctimas lentamente, con lo cual te puedes imaginar el horrible sufrimiento de ese pobre ser humano hasta que muere.
Tampoco está mal otras ejecuciones que llevan a cabo introduciendo a los prisioneros en una jaula que van sumergiendo, también con sádica lentitud, gozándose en las contorsiones y desesperados esfuerzos de los enjaulados por forzar los barrotes y escapar, cosa que obviamente nunca consiguen. No tengo ni idea de cuan terrible pueda ser la muerte por ahogamiento, pero tápate la nariz y la boca un rato y me lo cuentas…
Hay otras ejecuciones bastante más espectaculares. Una fila de condenados, eso sí, como todos arrodillados frente a sus verdugos para mayor humillación, son unidos por unos cables que portan explosivos, uno para cada víctima. Con un detonador, o incluso con un móvil usado como mando a distancia, hacen explotar el invento, e inmediatamente, se pueden ver entre las nubes de humo, fragmentos de los condenados volar en todas direcciones… una cabeza por aquí, una pierna por allá… Y para rematar el espectáculo, se te ofrece una vista final de los restos. Es así como podemos observar un rostro inundado de sangre, al que le falta medio cráneo, con los ojos muy abiertos, mirando quién sabe hacia dónde…
Por no hablar de esos despeñamientos que reservan, por ejemplo, para los homosexuales, que son arrojados desde lo alto de una torre o cualquier otra elevación hasta que literalmente se estrellan contra el suelo. Sólo cabe esperar que las pobres criaturas al menos mueran rápidamente a consecuencia del impacto.
Y lamento confesarlo, pero mi escaso buenismo también vuela hasta perderse de vista al contemplar tan horripilantes espectáculos. Se me pone un velo rojo ante los ojos, me convierto igualmente en un animal salvaje que desearía ver destruidos a semejante calaña, no ya con bombas tradicionales, sino con algún arsenal atómico que los borre total y completamente para siempre del planeta y de la memoria.
¿Qué sentimiento está actuando sobre mí para convertir a un ciudadano tipo medio, razonablemente pacífico, dialogante y racional, en una bestia de destrucción masiva?
El miedo. Obviamente siento mucho miedo. ¡Qué digo miedo! Terror, pánico. Y sólo os pido que en lugar de esos pobres desdichados, imaginéis a vuestros hijos, padres, hermanos o amigos y entenderéis muy bien lo que os digo.
Así que no. Quizá belicismo total no, pero buenismo tampoco. Ya me diréis qué alternativas tenemos. Sí, sí… Pero esa, NO.
Abel Hernández