¡Más sangre, más morbo!: Lo que importa es la audiencia
No me gusta editorializar; claro que esto no va a ser un editorial sino, en fin, es algo personal, muy personal, visceral diría yo. Vamos, que me revuelve las tripas. Y no es agradable, así que debería hacer esa advertencia de que lo que viene a continuación puede herir la sensibilidad del lector.
¿Pero qué estupidez estoy diciendo? La experiencia diaria nos confirmaría todo lo contrario. Si en un medio, como p. ej. la sufrida televisión, nos dicen eso acerca de las siguientes imágenes que van a transmitir, inmediatamente, mamá, papá, los abuelitos y hasta la tía Laura, si anda por allá, se colocan ante la pantalla con ojos redondos, boca abierta y expresiones de besugos recién despertados. Eso sí, a los niños se les prohíbe ese placer. Pues ya tendrán tiempo de crecer y volverse tan morbosos como nosotros.
No importa de cuál de los execrables crímenes actuales o pasados se trate. Puede ser el antiguo caso de Alcásser y aquellas tres criaturitas masacradas por un repugnante asesino. O el de Marta del Castillo, la joven a cuyo probable homicida, Carcaño, aún no le han cortado el pescuezo. O los dos casi bebés Ruth y José Breton, cruelmente aniquilados por esa cosa con mirada vacía de Robocop que dicen es su padre. O Marina y Laura, las chicas de Cuenca. Por no hablar de aquél crimen de Burgos donde un hombre, su esposa y el hijo pequeño fueron sádicamente apuñalados (¡Un segundo!: ¡Faltaba el importantísimo detalle de que sobre sus cuerpos cayeron más de un centenar de cuchilladas. Lo cual me ha hecho recordar a aquel otro subhumano que dijo haber matado a su esposa de veintitantas puñaladas “para que no sufriera”!)
Y, oh infiernos, pecado mortal, cómo no, no podemos darnos el lujo de perder de vista a la pobrecilla Asunta Basterra que a su muerte se ha convertido en una rutilante estrella de los medios, los cuales nos la ofrecen en bandeja a todas horas de toooodos los días. Y es que el caso contiene muchos de los suculentos elementos que vuelven loca a la audiencia. Una niña casi adolescente, oriental y por tanto más exótica, asustada y que había pedido ayuda repetidamente, con un cierto aura de perversiones sexuales y posibles móviles económicos que impregnan el asunto, que fue envenenada por montañas de narcóticos, y por si todo ello fuera poco, a resultas de una fina labor conspirativa realizada (pero negada) por sus padres adoptivos, que eran, of course, gente estimada y respetada en el lugar (¡Oh, no! ¡quién se lo podría haber imaginado!).
Pues sí, y ahí estamos nosotros con toda la delectación del mundo, saboreando y paladeando todos y cada uno de estos sucesos venenosos con el mismo morbo maldito con que disminuimos la velocidad de nuestro coche, a ver si atisbamos un poco o un mucho de sangre bajo la manta que apenas cubre los cuerpos inmóviles tendidos en el arcén…
Me indigno, pero no sé siquiera si tengo derecho a sentir indignación. Porque quienes así se comportan no son una minoría de locos sádicos o pervertidos, sino una probable mayoría de personas normales y corrientes, como tú y como yo, que en último extremo son los responsables de una demanda gracias a la cual los media nos sirven cotidianamente tan nauseabunda ración de crímenes, cuanto más abyectos, repugnantes e inimaginables, mejor. Y si millones de moscas adoran -adoramos- la mierda, no puede ser tan mala, verdad?
Pero calma, que de tal situación no tienen la culpa los malhadados tiempos actuales. No, porque esto ya viene desde aquellos antiquísimos narradores que viajaban de pueblo en pueblo con su voz cascada y sus carteles explicativos relatando o cantando el último crimen que por aquél entonces conmovía a la sociedad. Y más cerca en el tiempo, tuvimos a aquél famoso semanario justamente titulado El Caso cuya audiencia seguramente superaba la de cualquier otro periódico. Yo personalmente apostaría que cuando los informadores que se ocupan de estos sucesos relatan alguna inesperada y espeluznante novedad, su “minuto de oro” en espectadores sobrepasaría ampliamente al de cualquier transmisión de la Champions.
En fin. Si me disculpan, y con la vena de la audiencia, servidor va a vomitar…
Abelardo Hernández