¿La sociedad exige venganza y le vale una cadena de indicios?
Hace ya bastantes días leíamos en el diario El País una información que de momento apenas me llamó la atención, pero que al ir rumiándola en mi habitualmente lento cerebro, ha empezado a incomodarme hasta no dejarme otra salida que exponerla a la luz.
Un artículo de Daniel Verdú, se titulaba “Desmontando el crimen perfecto”. Nada que objetar hasta aquí, todo lo contrario puesto que semejante predicado encaja a la perfección con nuestro universal deseo de justicia. Lo cual me trae al recuerdo una serie de programas radiofónicos que se emitían en mi temprana juventud, y que yo escuchaba con el mayor entusiasmo, titulado “El criminal nunca gana”
A continuación el artículo nos dice que “La imposibilidad de hallar el cadáver de algunos desaparecidos complica la labor policial y obliga a recurrir a la prueba de indicios para obtener condenas por homicidios”.
Hasta aquí la cosa va bien. Con los años y la consiguiente pérdida de nuestra inocencia, nos frustramos al saber que sí, que el criminal realmente muchas veces gana. Un porcentaje, no sé si fiable, pero en todo caso demasiado alto, nos informa del elevado número de casos que la policía no llega a resolver jamás. En unos casos, como se explica en el texto, porque el cadáver de la supuesta víctima nunca llega a aparecer. Tradicionalmente, tal hecho abortaba las investigaciones puesto que, como parecía lógico “si no hay cadáver, no hay delito”. En esos y en otros sucesos, tampoco aparece el arma homicida, ni se encuentran huellas ni rastros dejados por el asesino quien, por supuesto, tampoco confiesa su culpabilidad.
Por consiguiente, ¿qué ocurre cuando una persona desaparece? Claro, las Fuerzas de Seguridad del Estado la buscan con todos los medios a su alcance… pero sólo durante un cierto tiempo. Y si no aparece, pasa a engrosar la lista de personas desaparecidas. Una lista, por cierto, muy nutrida. El articulista nos informa de que, según datos del Ministerio del Interior, cada año desaparecen sin dejar rastro en España 800 personas.
Ciertamente, en los últimos tiempos (y no vamos a caer en el morbo de sacar a relucir víctimas y asesinos concretos), hemos conocido números casos donde veíamos con creciente grado de desesperación como el principal sospechoso del crimen no confesaba ni su delito ni tampoco donde había ocultado a su víctima. En realidad sólo iban apareciendo una cadena de pruebas pequeñitas, circunstanciales que en todo caso resultaban insuficientes para obtener una condena firme.
Pero al parecer, eso está cambiando. Se van uniendo eslabones en la llamada “cadena de indicios”. No habrá cadáver, ni confesión, ni arma, ni restos materiales… pero sí una serie de pruebas, cada una de las cuales por si sola no bastarían, pero unidas señalan a un presunto culpable al cual se le puede acabar juzgando y condenando.
Y casi inmediatamente recordamos el acoso mediático y social que sufren muchos supuestos autores de delitos aun antes de ser juzgados y condenados. Los gritos, los insultos, las muestras de odio, los intentos de agresión por parte de las muchedumbres cada vez que el sospechoso aparece en público. Y no podemos por menos que pensar que la sociedad siempre dice pedir justicia cuando lo que en realidad exige es venganza. Tiene que existir un culpable, el que sea. Alguien que asuma la responsabilidad del crimen. “Una prueba de indicios comporta la posibilidad de una equivocación, claro” -dice en el artículo un ilustre jurista- “Pero aquí las reglas que proceden son las de no tener dudas. Y para no tenerlas, la cadena de indicios debe descartar otra posible explicación. Y los tribunales en España no condenan por una sola sospecha, por muy fuerte que sea”.
Amén. Pero la historia ha demostrado que, por muy perfecta que trate de ser la justicia, se han cometido y se seguirán cometiendo errores en esos ciertamente pocos casos en los que se ha condenado a un inocente. Pero éste no es ahora el punto que nos preocupa, el cual merecería un amplio tratamiento.
Lo que realmente nos preocupa, y dejamos la inquietante pregunta en el aire es: ¿Pueden darse ocasiones en las que la gran presión social y mediática que tiene lugar en ciertos crímenes influyan sobre la justicia y la lleve a rebajar en cierto modo la exigencia de contar con suficientes pruebas?
Sólo nos cabe desear que las condenas debidas a esas “cadenas de indicios” no aumenten. Por el bien de todos.
Abelardo Hernández