Nuestra vulnerable sociedad
(29-03-15) El terrible accidente aéreo sucedido recientemente en los Alpes, puede movernos a una serie de reflexiones.
La más inmediata que se me ocurre es pensar en lo vulnerables que son las sociedades desarrolladas como la nuestra. No quiero ahora especular si el accidente fue un hecho terrorista, el suicidio de un desesperado o si habrá sido debido a cualquier otro motivo.
Lo que me importa es pensar que, pese a todas las precauciones tomadas y por tomar, es muy difícil evitar que un fulano cualquiera ponga en peligro algo tan delicado como el vuelo de una aeronave comercial. Cientos de personas inocentes, volando a varios miles de metros de altitud y tropecientas mil causas que pueden destruir a ese avión, ya sea una súbita despresurización de la cabina, una explosión causada por una bomba, o el asesinato de los pilotos. Un avión moderno es una máquina que pesa varias toneladas, que apenas es capaz de planear, y cuyo impacto contra el suelo supone, con absoluta seguridad, la muerte para todos los pasajeros.
Pero no es el único punto que presenta tanta vulnerabilidad. ¿Imagináis, por ejemplo, un tren de alta velocidad, lanzado a más de 300 km/h, que de pronto se encuentra con un problema en la vía, por ejemplo, un carril malévolamente cortado? Recordemos el accidente del tren Alvia sucedido en Santiago de Compostela que dejó la escalofriante cifra de 77 muertos y 140 heridos. Y pensemos que las líneas de alta velocidad en nuestro país cubren más de 3.000 km. de vías. ¿Podríamos vigilar todas para tener la seguridad absoluta de que nada tan terrible puede ocurrir?
Hace años se produjo una importante polémica acerca de la seguridad de nuestros reactores nucleares. Quiero recordar que algunos ecologistas llevaron su protesta hasta una de estas centrales atómicas. Afortunadamente, eran gente pacífica que no representaban ningún peligro. Todo lo contrario. La misma facilidad con que llegaron hasta las instalaciones claves del reactor demostró la escasa eficacia con que estaban protegidas dichas instalaciones. Tan poca que, según se reveló en aquél momento, apenas estaban custodiadas por unos guardias de seguridad de una empresa privada. ¿Qué tal si en lugar de los pacíficos activistas medioambientales hubiera sido un grupo terrorista provisto de explosivos? Bueno, pues basta con acordarnos de catástrofes como la de Chernobil o Fukushima para darnos cuenta del inmenso peligro que habría supuesto.
Imposible no traer a la memoria otro infausto recuerdo como fue la catástrofe de Ribadelago. En 1959, la presa de Vega de Tera se rompió y una inmensa masa de agua de más de 8 millones de metros cúbicos arrasó el pueblo de Ribadelago causando 144 víctimas. La causa más probable pudo ser un fallo estructural en el muro de contención… pero ¿no podría haberse causado el mismo mortal efecto con un explosivo de alta potencia? Y en España tenemos 356 instalaciones hidroeléctricas, si bien apenas 10 de ellas suman 18.381 hectómetros cúbicos de agua, o si lo preferís, la respetable cantidad de 1.8381.000.000.000 litros de agua. Sin comentarios.
En realidad, el número de puntos sensibles de nuestras complejas y tecnificadas sociedades es casi infinito. Imaginemos un ataque informático a pequeña o a gran escala. Hospitales, centros de comunicaciones, aeropuertos, estaciones ferroviarias, semáforos… ¿Alguien se imagina cómo sería una gran ciudad con el tráfico totalmente colapsado? O un incendio o un derrumbe en uno de esos larguísimos túneles de montaña. Quien haya visto aquella película titulada Pánico en el Túnel sabe de qué hablamos. O incluso una avalancha de nieve provocada. Por no hablar del horror de la destrucción y desplome de un edificio que nos trae a la memoria aquellas escalofriantes imágenes que vimos el 11 S.
Y sin embargo, no podemos dejarnos llevar por el pánico. Aun con toda esa inseguridad, debemos saber que el mundo de los humanos, el riesgo cero no existe. Y debemos confiar en que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado serán capaces de protegernos de semejantes horrores. Pero si haríamos un ruego, y volvemos a nuestro espantoso accidente aéreo: No esperemos a mejorar las medidas de seguridad cuando las catástrofes nos impulsen a ello. No nos acordemos de Santa Bárbara sólo cuando truena. Y si aumentar nuestra seguridad nos produce molestias e inconvenientes, asumámoslos siempre que el temor no sirva como excusa para fabricar un estado policial. Y recordemos al histórico presidente Lincoln cuando un interlocutor le increpó diciéndole “Señor, no puede suspender la más antigua de nuestras libertades”. “Hijo”-respondió el histórico presidente- “La más antigua de nuestras libertades es la supervivencia”.
Abelardo Hernández